Brendan Simms: Conclusiones


      La vida de Adolf Hitler continúa tal vez constituyendo el relato más extraordinario de la historia moderna. Nacido en un entorno relativamente humilde, llegó a dominar gran parte de la Europa continental. Por el camino, Hitler superó una serie de dificultades, cada una de las cuales podría haber supuesto el final de su ascensión. A los tiempos de frustración y miseria en Viena siguió su extremadamente azaroso servicio en la Primera Guerra Mundial. Hitler no solo fue abriéndose camino entre las turbulencias de la posguerra, sino que logró que el NSDAP se hiciera un hueco entre la maraña de organizaciones nacionalistas de derechas rivales que había en ese momento en Múnich. Concentró en torno a sí el movimiento tras un desastroso intento de golpe de Estado, juicio y posterior encarcelamiento. Hitler persuadió cada vez a más y más alemanes para que le votaran y manipuló o intimidó a los integrantes de la camarilla del presidente Von Hindenburg para que le convirtieran en canciller. Revivió la economía alemana, o pareció hacerlo, y se embarcó en un programa de rearme sin precedentes. A continuación, Hitler amplió en gran medida el territorio alemán sin mediar un solo disparo, y en los dos primeros años de la guerra, se anotó algunas notables victorias militares. En cada una de estas etapas, las cosas podían haberse torcido mucho para él, por ejemplo, como consecuencia de su intervención personal contra Röhm, la remilitarización de Renania, la crisis de Múnich, la campaña de Noruega o su audaz ataque en el oeste.

     Sin duda, Hitler supo sacar provecho del apoyo, la complicidad y la estupidez de otros, y también de la buena suerte sin más, tanto dentro como fuera de Alemania. Pero, de no haber sido por el temprano patrocinio del Reichswehr, posiblemente el NSDAP nunca hubiera llegado siquiera a arrancar. Sin la Depresión, tal vez Hitler no hubiera conseguido el impulso electoral que le llevó hasta el umbral del poder en 1932. Si las viejas élites no se hubieran equivocado en sus cálculos, él nunca habría sido nombrado canciller. Los primeros años de Hitler en el poder dependieron de la colaboración de muchos actores institucionales que, al menos en parte, compartieron con él una identidad de metas. Dentro de la escena internacional, la mayoría de los estadistas  y del público no supieron ver la amenaza que él representaba hasta etapas ya muy avanzadas. Algunos consideraban a Hitler la mejor esperanza contra el avance del bolchevismo, otros sentían por él un ligero y, en ocasiones, claramente visible respeto por la forma en que se había enfrentado al orden establecido. Durante las primeras etapas de la Segunda Guerra Mundial, sus enemigos fueron débiles o incompetentes, y a veces las dos cosas.


     Dicho lo cual, sería erróneo pensar que Hitler podría haber sido disuadido. Su Alemania siempre iba, antes o después, a buscar Lebensraum, que para él no era una cuestión de codicia, sino de necesidad, aunque la elección del momento preciso permaneció sin concretar largo tiempo. Él siempre habría luchado contra los judíos, aunque no necesariamente los habría exterminado. La resistencia no lograba sino enfurecerle. La crisis de mayo de 1938 acarreó la ruina para los checos; la garantía franco-británica, la de Polonia, y la guerra, o al menos la entrada de Estados Unidos en ella, la de la judería europea. Cierto es que a Hitler se le podría haber visto venir, o incluso detenido, si las potencias europeas hubieran estado preparadas para entrar en guerra contra él con anterioridad, antes de que hubiera ocupado tan gran parte de Europa, en cuyo caso nunca habríamos sabido lo que hubiera sido capaz de hacer.


Desde luego, su trayectoria se coronó, por supuesto, con un final catastrófico. Ninguno de sus objetivos se cumplió, y aunque en varias ocasiones pareció que llegaba a encontrarse muy cerca del triunfo, en realidad los dados jugaban demasiado en su contra. Hitler lo sabía perfectamente, pero también creía que, aunque el porcentaje de posibilidades de éxito fuera pequeño, merecía la pena intentarlo. La negativa a tratar siquiera de escapar del atolladero alemán en el centro de Europa, argumentaba, significaría una muerte segura sin esperanza ninguna de renovación. En cambio, un golpe audaz contra la hegemonía global podía salir adelante, esperaba Hitler, y, en caso contrario, una derrota gloriosa, bien coreografiada, serviría de base para una regeneración nacional posterior.


      El orden mundial del capitalismo angloamericano contra el que Hitler se rebeló estructuró toda su carrera política. Algún tiempo antes de empezar incluso a hablar sobre los judíos, Hitler experimentó el poder del Imperio británico en Flandes, el poder demográfico e industrial de Estados Unidos en la segunda batalla del Marne y el dominio y absoluto del capitalismo global tras la imposición del Tratado de Versalles. Poco después, se convenció de que los judíos, cuya relación Angloamérica era desde su punto de vista esencialmente simbiótica, constituía la fuerza impulsora que estaba tras el capitalismo internacional y la coalición que había tirado por tierra al Reich. Según Hitler, entre los instrumentos utilizados para minar a Alemania desde dentro, estaba el virus del bolchevismo, que él consideraba una amenaza mucho mayor que la propia Unión Soviética. La raíz de este odio a los judíos, por tanto, tenía su origen en su hostilidad a las altas finanzas  mundiales, más que en su odio a la izquierda radical. Aquellos que no quieren hablar del anticapitalismo de Hitler deberían callar también sobre su antisemitismo.


      La solución de Hitler para salir del atolladero en el que él consideraba que se encontraba Alemania constaba de dos partes. De acuerdo con la primera, instaba a llevar a cabo un programa de transformación racial dentro de Alemania que eliminara a los elementos «dañinos», especialmente a los judíos, y llamaba a «elevar» las ramas de «alto valor» racial en el Volk alemán. La segunda consistía en la adquisición de Lebensraum en el este, que proveería la tierra y los recursos necesarios para ofrecer un nivel de vida comparable al de Estados Unidos y acabaría con la debilitante emigración de los mejores y más brillantes ciudadanos de la nación, que en algún momento futuro podrían volver como soldados enemigos. Además, con la ampliación de territorios, Alemania sería un país "a prueba de bloqueo" en el caso de que se renovara la guerra con Angloamérica.


Si la intrincada relación de Hitler con el Imperio británico y Estados Unidos era básicamente antagónica, a la vez era también de admiración. Durante largo tiempo mantuvo la esperanza de una alianza con Gran Bretaña y nunca dejó de ensalzar las supuestas cualidades raciales de los «anglosajones» a ambos lados del Atlántico, ni de creer que estos representaban la «mejor» mitad racial de Alemania. Angloamérica fue el modelo de Hitler, mucho más que la Rusia de Stalin o incluso la Italia de MussoliniEl ejemplo en el que se basaba para el proyecto de Lebensraum era el Imperio británico, y en especial la colonización del Oeste de Estados Unidos. Hitler y el Tercer Reich fueron por tanto una reacción no a la Revolución rusa sino al  dominio de Angloamérica y del capitalismo global. El Holocausto no fue una copia distorsionada del Gran Terror de Stalin, sino un ataque preventivo contra la América de Roosevelt. 


       Tras su llegada al poder, el Imperio británico y Estados Unidos continuaron constituyendo el foco de las políticas de Hitler. Todo su programa doméstico iba destinado a igualar los «niveles de vida» que ofrecía el «sueño americano». Su verdadera némesis era el Imperio británico y en especial Estados Unidos, contra quien él luchaba por hacerse con el control del «trofeo», o sea, del «mundo». Fue la hostilidad de Roosevelt la que hizo que Hitler acelerara su programa a partir de finales de 1937, y la resistencia británica durante la crisis de mayo de 1938 la que le llevó a proceder al desmembramiento de Checoslovaquia. La lucha contra Gran Bretaña y América «obligó» a Hitler a entrar en guerra con ambos y, posteriormente, a extender aún más el teatro de operaciones. La búsqueda de Lebensraum condujo al conflicto con Gran Bretaña sobre Polonia, que a su vez le «exigió» ocupar gran parte de Escandinavia, Francia, Países Bajos, los Balcanes y el norte de África; y lo que motivó la ofensiva contra Rusia. En un principio, Hitler se había propuesto convertir a Alemania en una potencia mundial, no conseguir el dominio del mundo, pero cada logro parecía ir requiriendo otro. Para 1941-1942, cuando se encontraba dirigiendo operaciones en los tres continentes, y en los siete mares, parecía que solo el mundo entero sería suficiente para Hitler. Pero el premio se le escapó: una vez más, fueron los angloamericanos los que levantaron en sus manos el trofeo, contando con la decisiva ayuda de sus aliados soviéticos, por supuesto. 


       Hitler, por tanto, no salió más triunfador contra el «mundo de enemigos» que el Reich de la Primera Guerra Mundial. En esta ocasión, en cambio, la muerte y la destrucción asolaron a la población civil mucho antes de que la línea del frente llegara a Alemania, y no mediante el bloqueo, sino por una incesante campaña de terror aéreo. Pese a todas las grandes visiones arquitectónicas del Führer, el aspecto de las ciudades alemanas después de 1945 le debía mucho más a Arthur Harris, jefe del Mando de Bombarderos de la RAF, que a Adolf Hitler. En 1938, Hitler bromeó con que las obras de la nueva Cancillería Imperial hacían que el área pareciera el bosque de Houthulst de Flandes tras los cuatro años de bombardeos británicos durante la última guerra. Siete años después, tres años de bombardeos de la RAF y las USAAF habían reducido no solo a la cancillería, sino a extensas zonas de la Alemania urbana a un estado similar. En la primera guerra, e inmediatamente después, el Imperio británico y Estados Unidos ha pasar hambre a un Reich depauperado; en la segunda guerra, lo pulverizaron. Los molinos de los angloamericanos molieron lentamente, pero molieron con extraordinaria eficacia. 


Hitler se guió por cinco criterios clave durante su trayectoria. En primer lugar, estaba preocupado por el poder de «los judíos». Esto lo llevó a tal grado de exageración que la crucial importancia que el antisemitismo tuvo en su visión mundial solo puede describirse como paranoica. En segundo lugar, Hitler menospreció en gran medida a la Unión Soviética, cuya fuerza subestimó en grado máximo: un error de cálculo que se volvería en su contra. En tercer lugar, Hitler estaba convencido del abrumador poder de Angloamérica. Como hemos visto, se demostró que tenía toda la razón para estarlo. En cuarto lugar, y estrechamente relacionado, Hitler creía que los alemanes sobre los que realmente gobernaba -a diferencia del pueblo que pretendía formar- eran demasiado débiles y estaban demasiado fragmentados para imponerse a los «anglosajones», la «raza superior» mundial. Ello a su vez resultó completamente cierto aunque, obviamente, parece bastante improbable que él hubiera alcanzado un resultado mejor, aun si hubiera contado con el «tiempo» necesario para «elevar» al pueblo alemán a su antojo. En quinto y último lugar, Hitler predijo que el Reich sería una «potencia mundial» o no sería, y aquí también demostró acertar, si bien esto podría en cierto modo considerarse una profecía autocumplida.


      Resulta por tanto terriblemente irónico que Hitler cometiera exactamente los mismos errores que se había propuesto evitar tras sus indagaciones para esclarecer las causas de la derrota alemana de 1918. Juró no volver a luchar en una guerra con dos frentes, pero lo hizo. Prometió contar con mejores aliados que los que el káiser había tenido, preferiblemente con los británicos, y descartó el proyecto de la «Paneuropa» de la década de 1920, pese a lo cual acabó enfrentado a gran parte del mundo teniendo a su lado solo un batiburrillo de pequeños esta dos europeos e instancias mundiales no estatales. Dejando aparte a los temibles japoneses, se trataba de una verdadera «coalición de lisiados» como aquella de la que él se había burlado en Mein Kampf. Si por encima de todo quería evitar tener que enfrentarse de nuevo con los hijos de emigrantes alemanes, o entablar una batalla de producción contra los "ingenieros alemanes" de la otra orilla del Atlántico, al final su Reich se las tuvo que ver con los bombarderos de Carl Spaatz en el aire, y con los ejércitos de Dwight Eisenhower en tierra. Gracias a las políticas de Hitler, los hijos de Alemania regresaron otra vez para enfrentarse contra la madre patria. Si en 1917-1918, estos castigaron al Reich a golpe de látigo, en 1941-1945 lo hicieron con una plaga de escorpiones. La segunda guerra de Hitler fue por tanto aún más catastrófica que la primera. La historia se repitió: la primera vez adoptó forma de derrota y, la segunda, de aniquilación.


2 comentarios:

  1. El ultimo párrafo es una autentica chorrada y Brendan Simms dice las típicas tonterias de los youtubers "ejjpertos" de la segunda guerra mundial.

    En 1941 el frente occidental no existía ya que Inglaterra estaba sola recibiendo suministros de América y protegiéndose de los U boats por tanto ese frente no existia como tal.

    La operación Barbarroja tan solo debia durar tres meses y sus objetivos eran conquistar mediante un ataque de pinzas el frente norte de Leningrado , el frente sur de el Cáucaso y la destruccion del ejercito rojo en una batalla decisiva tras la victoria alemana en Rusia en diciembre de 1941 Inglaterra no tendria otra salida que rendirse al reich y reponer a Eduardo VIII del Reino Unido y a la reina wallis simpsons como los verdaderos reyes de Inglaterra.

    Un saludo tocayo!! ten cuidado con Brendan Simms porque ese historiador no ha entendido la visión y el sueño de una nueva europa de Hitler

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, siempre leo con cuidado todo lo referente a Hitler. Si no se hace así, no merece la pena leer al respecto. La biografía de Simms me ha sorprendido porque es diferente a todo lo publicado hasta hoy. Si bien es costumbrista en líneas generales (si no lo fuera no podría publicar), el autor no entra en aspectos íntimos de Hitler y desecha toda clase de rumores y aspectos no demostrados. El autor, por otra parte, no es tan faltón como Kershaw. Simms procura ser lo más neutral posible.

      La tesis de Simms es que Hitler fue más anticapitalista que anticomunista. Lo demuestra con los discursos de Hitler.

      Efectivamente, la operación Barbarroja debía haber durado poco porque Alemania no estaba preparada económicamente para una guerra larga. Es ahí donde Hitler sabía que no podría competir con Estados Unidos, como así fue.

      Estas "Conclusiones" de Simms aparecen al final del libro. Iré publicando más aspectos de la biografía que me parecen, cuanto menos, originales.

      Saludos Ignacio!

      Eliminar