Discurso a los kreisleiter del partido en la Fortaleza de Vogelsang 29 de abril de 1937

 


Entre nosotros, el primer mandamiento ha de ser siempre: ante todo, pensar. Y han de ser los entendidos los que piensen; ellos no pueden decir: “Dejemos que la masa piense por nosotros.” No, el honor y el privilegio de los jefes de una nación, sea cualquiera el puesto que desempeñen, es precisamente que ellos son los que han de pensar. Después, se deliberará en las esferas correspondientes, y a continuación habrá que actuar. Ahora bien, estimo imposible que se comunique al pueblo cualquier problema mientras está en fase de deliberación, o sea cuando está tomando forma. Nuestra fuerza ha radicado siempre en que, cuando se ha dado algo al público, ya estaba todo previamente aclarado en sí. Pueden ustedes estar seguros de que, cuando hace un par de meses, el 30 de enero, se dio la noticia de que Berlín va a ser ensanchado, esta comunicación iba ya precedida de un trabajo de dos años y medio. El proyecto está ya terminado y se encuentra en marcha la más grande de las realizaciones. Al decir que Hamburgo va a ser ensanchado, puedo decirles que se está edificando ya, que ya están siendo preparados los pilares del puente más grande del mundo, cuya construcción se ha comenzado ya. No se pueden hacer las cosas dando a conocer primero el problema, discutiéndolo después y decidiendo posteriormente si se lleva o no a la práctica. Tiene que estar aclarado ya cuando llega a conocimiento de la masa. Y esto tiene que ser así hasta en las esferas más pequeñas. 

Y a este respecto quisiera mencionar algo completamente muy especial, a saber: es necesario que todos los que dirigen posean una cierta tranquilidad interna, que tengan nervios firmes, que no sean exaltados - ello no tiene nada que ver con la energía -, que, sobre todas las cosas, no se lo tomen todo por lo trágico de buenas a primeras. Lo que quiero decir con esto es que hay miles de cosas que se toman por lo trágico y que en absoluto resultan trágicas en la vida práctica. Cuando estas cuestiones se contemplan desde una atalaya muy elevada, tiene uno que comprobar una y otra vez: “¡Señor, pero si eso no es importante, si eso se resuelve por sí solo!” Hay gente que me dice: “Bueno, ¿sabe usted? Si al jefe se le dice todo por escrito, parte de ello llegará a realizarse realmente.” Bueno, si se llevara a efecto todo lo que se me escribe, ¿creen ustedes que las cosas irían mejor? Todo andaría de cabeza. Cuando un hombre disputa con otro en el ejército, o tiene algún motivo de queja, ha de esperar veinticuatro horas, o al menos así tenía que hacerlo - pues creo que actualmente incluso se ha alargado el plazo -, para presentar la queja, pues se estimaba que las cosas adquirían un aspecto totalmente distinto después de transcurridas veinticuatro horas. Pero esto son trivialidades. Cuando se trata de cosas grandes, entonces hay que consultarlas con la almohada tres semanas o tres meses, o incluso seis meses. Así, cuando vienen a verme jefes, por ejemplo, con asuntos que no tienen entre sí ninguna relación (sic), he de suponer que no lo han consultado adecuadamente con la almohada. Y por lo tanto, habrán de permitirme que entonces yo subsane tal omisión y que sea yo quien lo consulte adecuadamente con la almohada (risas y aplausos) Ello se debe a que yo no quisiera caer en el mismo error, sino que me tomo siempre el tiempo necesario cuando me llega algo de alguien que sé que lo ha escrito con tremendo apasionamiento en un momento de máxima excitación. Lo tomo, lo pongo a un lado y después digo: “Querido Brückner, vuelva a presentármelo dentro de dos meses; volveré a examinarlo dentro de dos meses, antes no.” Por lo general, al cabo de dos meses el asunto ha cambiado por completo de cariz. Al cabo de dos meses veo de repente que ambos caballeros pasean tomados del brazo (risas) Y así, sin más, el caso queda resuelto. 

Yo les suplicaría que actuaran ustedes sistemáticamente de esta manera. Hay que tener un temple de acero. Nueve asuntos de cada diez se solucionan de la misma manera: precisamente dejándolos correr. Se solucionan solos. Lo decisivo es lo que verdaderamente vale en lo fundamental. Es decir, que cuando se peca en algún sitio o de alguna forma contra lo fundamental, hay que proceder con la mayor energía. Si unos caballeros se lanzan a la cara unas cuantas observaciones desagradables, si se pelean por alguna cosa concreta, esto me tiene completamente sin cuidado Y en general me tiene sin cuidado el hecho de que alguien pueda cometer una falta. Pero no cuando alguien atenta contra la disciplina, atenta contra una cosa fundamental. Y, en ocasiones, eso le puede costar el cargo, la posición y todo lo que tenga. Siempre procederé en tal caso. Hay que ser duro en este aspecto, aunque ciertamente he de rogar que cuando se valore a un hombre no se ha de echar en el platillo únicamente lo negativo, sino también lo positivo, y que hay que ser ante todo increíblemente generoso en lo tocante a la condición humana. Cuanto más generoso sea el jefe, cuanto más humano, desde lo mínimo hasta lo máximo, tanto más fácil le resultará el trato con los inferiores a él confiados. Podrá comprobar entonces que muchas cosas no tienen la intención que parece, que se hablan muchas cosas que después se piensan de otra manera, etc. No siempre son tan malas las cosas. Y, sobre todo, al valorar a un hombre hay que echar siempre en el platillo de la balanza la parte positiva derivada de sus actuaciones. Hay que tener también en cuenta las circunstancias, porque con frecuencia se escapan palabras sin pensar; hay que considerar las condiciones en que se ha realizado la acción, cómo ha ocurrido, etc. Y entonces se llega con frecuencia a una valoración distinta. Sólo cuando alguien intenta minar los principios de la disciplina, es decir, cuando, por ejemplo, intenta llevar a cabo una especie de exigencia de aire democrático, entonces hay que decirle: “¡Alto! Termine usted enseguida, pues de lo contrario sale usted volando instantáneamente. Si esto no es suficiente, márchese volando a otra parte cualquiera.” 


En relación con esto hay una cosa particularmente importante. Y lo dice un jefe político con experiencia de la vida: ¡jamás se ha de consignar por escrito, nunca, todo lo que pueda ser solucionado con la palabra! Siempre siento miedo cuando viene a verme un caballero diciendo: “Tengo que formular una queja, he recibido esta carta.” En la mayoría de los casos él ha escrito también una carta, pues la correspondencia epistolar es de carácter reciproco. Y he observado siempre una cosa: lo que jamás ocurriría de palabra cuando dos hombres pretendieran enfrentarse, ocurre con suma facilidad por medio de las cartas. Pasean por el despacho con aires de importancia, dicen a la taquimecanógrafa que se siente y comienzan a mostrarse enérgicos. Además, así se queda muy bien (risas y aplausos) Y una nueva frase y una nueva provocación, mientras calculan ya el berrinche que se llevará el otro. Al otro, ciertamente, se le subirá la sangre a la cabeza, se sentará inmediatamente a la mesa, llamará a su taquimecanógrafa, que, como es lógico se habrá enterado, pues la entrada... Y no hace falta decir que está obligado, aunque no sea más que por decencia... (risas) a no ceder y a responder exactamente con la misma energía. Señores lo que ocurrirá al final - ya que no pueden escaparse de este mundo, no pueden irse de él - es que quizá se encuentren un día delante de la USCHIA, al otro. Quizá delante de mí. Pero les habría resultado más sencillo haberse dado antes estas explicaciones. Estamos viviendo en la era moderna, en la época de las comunicaciones técnicas, del teléfono. Pero no para pasar el rato hablando por teléfono, sino para concertar citas a través de él. Si los dos caballeros se reunieran, la mayoría de los conflictos no llegarían a producirse. Hablarían entonces de manera completamente distinta al darse cuenta repentinamente de una cosa: “¡Pero si los dos somos antiguos combatientes, si todo esto es ridículo, si sólo se trata de diferencias de opinión!” Señores, cuando no se llega a un acuerdo en cuanto a diferencias de opinión, pues entonces se puede siempre decir: “Bueno, amigo mío, yo tengo otra opinión. Consultaremos a nuestros superiores y que sean ellos quienes decidan. A mí me es completamente indiferente, pero mi opinión en este sentido es otra.” Y entonces el superior inmediato ha de adoptar precisamente la resolución. Pero tampoco esto tiene importancia, esto es cosa que puede ocurrir miles de veces. 


Esto es aplicable también, sépanlo ustedes, a toda la jefatura nacional en sí. Se escribe demasiado. Se comienza escribiendo cartas de amor y se termina redactando cartas políticas (risas) Siempre hay algo lesivo en tales asuntos (risas) y es mucho mejor que las cosas se solucionen de manera directa (risas), cara a cara, hablando como se debe. Por lo general, se encuentra entonces un camino mucho más fácil. No hay que andar con tantos escritos; hablando, hay mucha más posibilidad de aclarar un asunto, de eliminar obstáculos, etc. Además, se conocen mucho mejor las razones del contrario. Si yo hubiera tenido que escribir todo lo que he hablado durante mi vida... ¡Oh Dios mío, qué no habría tenido que escribir! Y también es una completa equivocación cuando se oye decir: “Tengo que escribir tal cosa, así quedará fijada para siempre.” Créanme ustedes, llevamos ya cuatro años en Berlín; seguramente llegará el momento en que resulte muy interesante, desde el punto de vista histórico, que yo hubiera hecho consignar en acta cada una de mis entrevistas y conversaciones. También se podría decir que yo debería haberlo hecho para establecer de una manera concreta quién hizo tal y tal cosa, etc. Pero no es eso lo que importa. Lo decisivo es que las cosas se hagan bien. Todo nos será cargado en la cuenta común. Si gobernamos con acierto a la nación, nos será sentado en cuenta. Al final se dirá: “Esto es lo que el nacionalsocialismo ha hecho de Alemania.” 



Considero, además, necesario que los jefes del partido procuren en todo momento establecer con el pueblo una relación viva, la más viva de las uniones. No porque necesiten de tal enlace para adoptar decisiones o para imponerlas, sino porque es necesario poseer un conocimiento profundo del alma popular, de sus necesidades, etc. Y eso es lo maravilloso en nuestra organización: que, gracias a sus ramificaciones, puede penetrar hasta en el último taller y la última vivienda, que, mediante esta ramificación, ha creado, diría yo, un torrente circulatorio por cuyas miles de arterias fluye continuamente sangre viva hacia arriba y, con ella, también conocimiento hacia arriba. Y, recíprocamente, hacia abajo fluye energía, decisión y fuerza de voluntad y, sobre todo, comprensión. Nunca se puede cuidar lo bastante la unión con el pueblo modesto. A menudo lamento no estar ya, como antes, en situación de viajar sin descanso por toda Alemania, especialmente también en coche; pero ya no llego a tiempo a parte alguna. No es posible en modo alguno explicar lo que aprendí en los millones de kilómetros que hice atravesando Alemania de norte a sur y de este a oeste durante aquellos largos años. 


Créanme ustedes si les digo que todo el secreto de los logros de nuestro partido radica, puedo decirlo ya, en que siempre me he descargado de mucha parte de responsabilidad. Entre nosotros, un gauleiter es también un hombre, tiene una responsabilidad. Y tengo en el partido muchos jefes con una responsabilidad enorme. Hay quien se figura que estos jefes han de presentarse a mí todas las semanas; que el director de la Editorial Central, tendría que presentarse a mí por lo menos una vez cada semana... Pero yo no soy un presidente de consejo administrativo. A mí me basta con que, durante el año, se me informe en general una o dos veces de cómo marcha el asunto. Si fuera mal, ya acudiría de todas maneras (risas), eso lo sé a conciencia. Y además, el hombre ha de tener una responsabilidad. Tiene que ser al fin y al cabo un hombre también: y no sentirá placer alguno si... ¿cómo voy, en definitiva, a contar realmente con hombres si no asumen responsabilidades...? Si yo dijera: “Señor, tiene usted que presentarse a mí todos los días a las diez menos cuarto de la mañana para la firma. Seré yo quien firme todo. Usted me expone todos los asuntos, etc.” ¿Qué les parece? ¡Yo no estoy en modo alguno para eso! O si, por ejemplo, ordenara que se me presentara todos los días el director del Frente del Trabajo y le dijera: “Me tiene usted que informar todos los días con todo detalle...” Hay cosas que de todos modos las decido yo; eso está precisado. Además, en el pueblo alemán hay también tanto sentido de responsabilidad por el lado contrario, que de todos modos cada uno viene y dice: “¡Alto! Esto va ya demasiado lejos: esto tiene que decidirlo otro.” Y hay cosas de las que el hombre tiene que responder; eso es imprescindible. Si no se atreve por no tener confianza en sí mismo, entonces lo siento por él; pero es que no sirve. Esto hay que observarlo desde arriba hasta abajo. Además, resulta muy beneficioso para los nervios. Por ejemplo, este año están ocurriendo muchas cosas; tengo que hacerme otra cura de nervios. Durante el año pasado, durante los años anteriores, he tenido que hacer tantas cosas ilegales y contrarias a la Sociedad de Naciones (ligeras risas), que no es de extrañar que tenga ahora los nervios un poco desquiciados (risas) Esto está completamente claro. Preocupaciones, preocupaciones, espantosas preocupaciones; todo ello, realmente, una espantosa carga de preocupaciones. Pero ahora voy a transferir a los demás muchas de mis preocupaciones; tengo que cuidar de mis nervios. Y lo que me ocurre a mí les ocurre exactamente igual a los caballeros que me rodean. Hay muchos que se destrozan los nervios únicamente por hacer demasiadas cosas que no tienen por qué hacerlas ellos. Que se las confíen a otros, y entonces no tendrán ya de qué preocuparse. Si uno de estos hombres dijera: “¡Pero es que no puedo confiárselo a otro!”, es que entonces no se ha rodeado de los colaboradores idóneos. Tenemos en nuestra nación mucha gente deseosa de asumir alguna responsabilidad. Estos hombres experimentan una gran alegría, resucitan cuando se les encarga alguna cosa y se les dice: “A ver cómo hace esto. Dentro de un año a más tardar vuelva usted a decirme cómo anda el asunto.” Estos hombres son mucho más felices que si se les dice cada día: “Ya ha vuelto a hacer usted otra cosa sin haber consultado en absoluto.” Si yo procediera así, no podría confiar a nadie misión alguna. 



Realmente hay que examinar con todo detenimiento qué es lo que se ha de guardar para uno mismo, lo que necesita de una última decisión, y lo que se puede confiar a los demás. Y entonces hay que ser generoso con éstos, hay que dejarles gozar de una posición en cierto modo soberana. Es una cosa comprensible, compañeros, que esto no puede realizarse de la noche a la mañana. El camino histórico, el naturalmente necesario al principio, es en general el de lograr, por medio de una cierta centralización, el desarrollo de una misma forma de pensar, de conseguir una uniformidad de opiniones. Hay cosas que, en general, se han de hacer de una forma completamente unitaria, cual es, por ejemplo, el adoctrinamiento, que ha de ser dirigido de una manera absolutamente unitaria. Sólo cuando las personas han sido formadas a base de una instrucción de carácter completamente unitario, pueden asumir responsabilidades; es decir, entonces pondrán en práctica lo que han aprendido. Ello hace que siempre haya al principio un cierto periodo de centralización; luego se ha de pasar a la descentralización, para disponer de hombres con ánimo de asumir responsabilidades. Estos hombres han de disponer de su propio campo de acción, y poder trabajar en él a su completa satisfacción. 


Por lo tanto, no se ha de reglamentar por sistema todo lo que se pueda reglamentar, sino únicamente lo que se tiene que reglamentar. Este es un axioma que ustedes tienen que hacer también suyo. Hay que dejar sitio a la vida. Las cosas que no tienen que ser reglamentadas hay que dejarlas correr; ya se ajustarán por sí solas. Hay gente que dice: “¿Sabe usted? Este es un departamento cuya misión es averiguar todo lo que pueda ocurrir en los garajes. Recibimos informes de toda Alemania. O sea, lo mismo robos con fractura, que incendios, que colisiones dentro de los garajes, etc. Por consiguiente, tenemos ahora que dictar disposiciones muy detalladas en lo referente a construcción de garajes. Como se ha robado en determinados garajes, de ahora en adelante no deberá haber tal y tal cosa en los garajes. Como en algún garaje han chocado un par de vehículos al salir, de ahora en adelante tendrá que haber tal y tal cosa en todos los garajes. Como en un garaje ha estallado en alguna ocasión un bidón de gasolina, de ahora en adelante en los garajes... Si en algún garaje se ha declarado un incendio, por ello en los garajes...” ¡Y así surge una lombriz solitaria de disposiciones que no tienen fin! Y nosotros hacemos estas cosas a la perfección. Cuando a los alemanes les da por inclinarse al lado insensato, lo hacen también a fondo, ¡pero que muy a fondo! (risas) Hoy es imposible construir en cualquier parte un garaje sin licencia. Por ejemplo, tenemos que, en una casa, el garaje está un poco bajo y los coches tienen que bajar. Un día llueve a cántaros, se atasca el sifón de depósito, se remansa el agua y tienen que ser avisados los bomberos para extraer el agua acumulada en el garaje. Y entonces: disposición del ayuntamiento de Múnich: “...en lo sucesivo no se edificará garaje alguno donde haya que bajar a nivel inferior al de la calle.” ¡Una completa insensatez! (risas) Un locura. Y menciono sólo ejemplos aislados de adónde puede llevar esta reglamentación por la reglamentación en sí (sic) Esto es para volverse loco.


Quisiera decir que, de hecho, hemos de permitir en este aspecto una cierta esfera de acción al criterio individual. Lo que no tiene que ser hecho, no debe ser hecho. Y no hay por qué molestar innecesariamente a nadie. La gente tiene también derecho a su libertad. Jamás diré: “Por regla general, hay que privar a todo el mundo de cada hora que tenga libre.” ¡No, no y no! Le quito únicamente el tiempo que considero necesario para llevar a la gente a que piense y actúe, etc., de la misma manera. Por lo demás, me satisface ver que la gente no esté sobrecargada; que gocen de libertad. 


Esto, compañeros, lleva poco a poco a una cierta seguridad en sí mismo, y esto es lo que una jefatura política ha de poseer desde el primero al último: una absoluta seguridad en sí misma. Sé que esto tendrá importancia especial en el futuro, pues los jefes veteranos, los procedentes de la época de lucha, esos están totalmente seguros de sí, han alcanzado y conquistado su puesto; sí, su seguridad es absoluta. Pero este será un cometido importante en el futuro, y todos ustedes, como educadores, han de lograr que cada jefe, sea cualquiera el puesto que desempeñe dentro del partido, adquiera seguridad en sí mismo. Tiene que estar seguro de sí mismo, tener confianza en sí mismo. Ha de tener este convencimiento: “Lo que hago, es que puedo hacerlo; y lo que puedo hacer, lo hago.” Y no habrá cosa que me haga perder la calma sobre el particular. Ahora bien, tal jefatura ha de saber igualmente ser la primera en los restantes órdenes de la vida. Nosotros hemos pasado por una época de lucha muy dura y, naturalmente, nos hemos vuelto un poco ásperos; es una cosa totalmente comprensible. Teníamos muy malos enemigos y había que hacerles frente. Por lo tanto, las palabras, el tono de ellas y el porte nuestro no fue siempre, digamos, a propósito para salones elegantes. Me imagino perfectamente que, por ejemplo, en los años 1920, 21, 22, 25 ó 26, muchos ciudadanos en sí muy decentes se estremecieran de tal modo al entrar en una de nuestras reuniones (risas), que hubieran de decirse: “Sí, claro que me gustaría a rabiar; pero no puedo.” Eso lo sabemos todos, ¿no es verdad? Por lo demás, en aquella época dábamos valor a tales procedimientos porque precisamente no queríamos destacar por la elegancia de nuestros nobles modales; al contrario, queríamos conquistar la confianza de las masas, existiendo, como existía, un cierto ambiente favorable. Pero aquella época pasó. 

El pueblo alemán entero se viste hoy con mucha elegancia. Si pasan ustedes por cualquier ciudad en domingo, verán a los muchachos que andan acicalados y a las muchachas vestidas con gran pulcritud, etc. El pueblo alemán ha vuelto a sentir la alegría de vivir Y nosotros tenemos precisamente un nombre para ello, para esa alegría... Ahora bien, naturalmente que la jefatura política ha de ser al mismo tiempo, digamos, una clase modelo también en cuanto a costumbres. Eso es imprescindiblemente necesario. Sé perfectamente que a muchos no les resultará fácil cambiar ahora de modales para incorporarse a la vida actual. Pero no tiene otro remedio que ser así. Y particularmente a los que van creciendo ha de enseñárseles que los buenos modales no tienen por qué estar reñidos en absoluto con la energía ni con la decisión. Nuestra intención es la de educar en este aspecto al pueblo alemán. Particularmente, también en lo que afecta a los buenos modales para con las mujeres. 



Oigo muchas veces que todavía existe la opinión de que la cortesía para con las damas es una especie de debilidad. Nada en absoluto. Vean ustedes: en toda mi vida política no me he dejado influir lo más mínimo por ninguna mujer, ¡pero que ni lo más mínimo! Pero, en otros terrenos, naturalmente que vamos a conceder a la mujer el derecho que tiene, claro que sí. Y además, las respetaremos y las trataremos con toda la cortesía que se merecen. Hemos de educar en este sentido a la juventud. Ello no significa en modo alguno debilidad; al contrario, hemos hecho una separación bien delimitada. No tenemos kreisleiter femeninos (risas), ¿verdad?, ni cosa que se le parezca. Todo esto está ya decidido así como así. Tampoco espero, hablando en sentido figurado, que esto llegue a darse en el partido (risas y aplausos), que tengamos una cosa así. Al contrario, creo que se correrá tanto menos riesgo de ello, cuanto más - bueno, digámoslo, utilicemos la vieja expresión -, cuanto más galantes sean los señores de la creación para con las perlas de la creación. Cuanto más corteses y educados sean los jóvenes con las mujeres, tanto mayor será el derecho de que gocen en todos los asuntos masculinos, el derecho de ser hombres y absolutamente hombres. Y, sobre todo, así apartamos a las mujeres de todos los asuntos masculinos. En lo más profundo de su ser, toda mujer siente el deseo, la necesidad de agradar al hombre, y nosotros no vamos a hacer que sientan repulsión. 

He luchado siempre contra la forma de vestir demasiado puritana de las muchachas de nuestra sección femenina, etc. Siempre he sostenido la opinión de que no hemos de hacer repulsivas a nuestras mujeres, sino atractivas (risas y aplausos) Han de dar la impresión de que están sanas; pero no deben dar la impresión de ser, digamos, demasiado primitivas. En el vestir, no hay que retroceder de pronto a la Edad de Piedra (aplausos); hay que mantenerse precisamente en la época en que vivimos. Mi opinión es que, si se ha de confeccionar un abrigo, también este abrigo se puede hacer elegante, que no por ello va a resultar más caro. Y una blusa puede tener también un corte bonito. ¿Por qué una muchacha que le guste ir bien vestida ha de encontrar en mí dificultades para que...? ¿Es que realmente hay algo repugnante en el hecho de que se vista para aparecer bonita? Para ser sinceros, hemos de decir que a todos nos agrada verlas bonitas (aplausos) Y creo que, precisamente por tratar a la mujer con delicadeza, la llevamos de antemano así a su esfera más natural; así las llevamos al terreno que les corresponde. Al fin y al cabo, su misión no consiste sólo en embellecernos la existencia, sino que llegará el día en que traigan también al mundo niños hermosos, con lo que serán la promesa más segura de que mañana tengamos un pueblo sano. 


Y los niños, desde luego que no se afeminarán. Los chicos, ténganlo en cuenta, se largan de todos modos, llega un momento en que se largan de casa. Y luego ingresan en nuestras agrupaciones de cadetes, que se preocupan de que los muchachos se conviertan en jóvenes enteros y verdaderos, como debe ser. Y en cuanto a las chicas, ellas tienen que seguir siendo precisamente chicas. No pretendemos que se aproximen mutuamente ambos sexos a base de equipararlos, sino que pretendemos que tal acercamiento se lleve a cabo a base de una estimación mutua. Queremos para las chicas unos muchachos irreprochables, fuertes, crecidos sin tacha, valientes; y para los muchachos queremos 

unas chicas fabulosamente hermosas... bueno, y todo lo demás (risas) Eso es lo que pretendemos. Creo que también aquí el movimiento ha de ser el que dirija cada vez más. Y tampoco debe dejarse disuadir en tal sentido por quienes, a lo mejor invocando la moral, se ponen en contra de una tal alegría de vivir sana y natural. Lo que son estas gentes y lo que hay detrás de esa moral, lo están viendo ustedes en los procesos que, tras largas luchas interiores, pero acuciado por el afán de justicia, he ordenado incoar (aplausos atronadores y prolongados) Precisamente es eso lo que no queremos, sino que pretendemos forjar una nación sana hasta la médula, de hombres firmes y mujeres absolutamente femeninas. Esa es nuestra meta. 


Y esto lleva inherente otra cosa: que de esta forma somos los representantes de un estilo de vida realmente sano y, por consiguiente, también de una sana cultura física y moral. Nos estamos esforzando por conseguirlo y avanzamos de manera ejemplar en todos los sectores. ¿Saben ustedes? No podemos imaginarnos en modo alguno cómo sería nuestro pueblo si muchas, muchas décadas antes de nosotros no hubiera existido ya la educación militar. No hay duda alguna de que la educación militar ha inculcado un cierto hábito de limpieza en el muchacho. Hay cierta época en que todo joven - creo que es debido al atavismo, al retroceso atávico... así como así, bueno, al tiempo de la época de las cavernas, etc., al pasado - en que todo joven es un poco sucio. El muchacho no se lava. A lo sumo cuando llega a cierta edad y tiene interés en causar impresión o despertar el interés de alguien, entonces es cuando quizá comienza a cambiar algo. Así, pues, hay cierta época en que los jóvenes son bastante descuidados en su aseo personal. Y ahí es donde el ejército ha dado un resultado maravilloso. Poco a poco ha ido acostumbrando al joven a que se lave todos los días, a lavarse todo el cuerpo de cintura para arriba, a mantenerse limpio, a lavarse los dientes, a cortarse el pelo. Estoy convencido de que nuestro pueblo andaría por ahí como una comunidad de apóstoles (risas) si el ejército no le hubiera metido en el cuerpo la costumbre de la limpieza. 


Sí, ¿saben ustedes?, en otros países - no digan esto por ahí fuera, pero está Inglaterra, por ejemplo - el grueso de la masa no es tan limpia como nosotros, los alemanes. Esto tenemos que agradecérselo a nuestra educación. Y seguimos adelante por todas partes en este aspecto; por ejemplo, ahí está la construcción de nuevos buques para la Fuerza por la Alegría; por todas partes se está extendiendo la preocupación por la limpieza, etc. Nuestra intención es la de educar a todo el pueblo alemán con estilo. Pretendemos hacer de él un pueblo cada día más ordenado, más ejemplar, más correcto. Y para ello pretendemos introducir un nuevo estilo de vida.

 

Y en este particular no vayamos a figurarnos que el estilo de vida consiste en andar viniendo cada día con innovaciones y novedades en todos los campos. Lo primero es encontrar una plataforma. Después hay que continuar en ella, pues, de lo contrario no se logra ningún estilo de vida. Tampoco puede ser que en el campo del arte lleguen payasos diciendo: “Tengo una idea; veré que esta nueva idea...” A ése le diría yo: “¡So asno! ¡Ideas nuevas! ¿Qué sabrá usted de las ideas nuevas que ha habido ya en este mundo? Bien pequeña es la cantidad de personas que han tenido ideas realmente nuevas. Lo que tiene que hacer usted es regirse por las ideas existentes.” En resumidas cuentas, mostrémonos contentos de tener bases que merecen la pena de que se las generalice. Únicamente de esta forma forjaremos un estilo de vida, un estilo cultural, un estilo artístico, es decir, una lenta y gradual legislación sobre esta vida y sobre las formas de vida que necesitamos como pueblo; exactamente en la misma forma en que utilizamos un lenguaje y no vamos por ahí todos interpretando sueños así como así... ni diciendo como un dadaista: “He hecho un nuevo invento, tata, toto, o cualquier cosa por el estilo.” (risas) También en este campo nos servimos de un idioma que hemos recibido en herencia. No todos se sirven igualmente bien de este idioma, en cuyo aspecto se puede aprender muchísimo. Es necesaria una mejora gigantesca. No es que con esto hable en favor del club actual de refinamiento de la lengua, pues leo muchas veces a fondo los periódicos y siempre tengo la impresión de que es más mala en ellos... la lengua que se habla, el más malo de los alemanes. No, lo que nosotros únicamente queremos es que el pueblo alemán tenga en lo cultural un estilo concreto y correcto. 

 

Y ahora quisiera añadir algo, a saber: se habla de muchas clases de arte; pero hay uno del que nunca se hablará con la estimación suficiente. Me refiero al arte del silencio, al arte de no hablar, cuando es necesario, de cosas de las que precisamente no se debe hablar. Esto comienza siempre por las pequeñeces habituales: hay cosas de las que no se tiene por qué hablar. Y termina en las cosas grandes. Desde mi punto de vista, los maestros más grandes en este campo son los ingleses. Cuando los ingleses movilizaron la Sociedad de Naciones en contra de Mussolini, apostaría yo a que ni uno solo de los 30 millones de ingleses adultos dijo una vez siquiera en aquella época: “En fin de cuentas, esto lo hacemos por nosotros.” Esto lo doy por descontado, incluso aunque estuvieran entre amigos. Todos ellos decían: “No tenemos interés alguno en Abisinia. Es asunto sólo de la Sociedad de Naciones; lo único que nosotros hemos hecho ha sido firmar para que haya paz; sólo para eso hemos dado nuestra firma, para mantener la paz, pues no tenemos interés alguno. De no ser por la Sociedad de Naciones, ¿qué nos va ni nos viene a nosotros Abisinia?” Esto es demostrar gran inteligencia. Hay cosas, todos lo sabemos, de las que no se tiene por qué hablar jamás; no es necesario que demos explicaciones sobre esto. 


Por consiguiente, no quisiera hoy dar una explicación de índole especial en relación con estas cosas. Ustedes ya lo saben de todos modos, todos ustedes saben a qué me refiero, Si arreglamos y reorganizamos determinadas cosas en Alemania, ¿es necesario que expliquemos por qué, por cuál razón, etc.? Sabemos perfectamente que, si reorganizamos nuestro ejército, es sólo para garantizarnos la paz. Y realizamos el Plan Cuatrienal, para, digamos, poder subsistir económicamente. Únicamente así se habla sobre el particular, eso lo sabemos todos y cada uno de nosotros. Hay otros pensamientos que jamás se traducen en palabras, y ello es aplicable también a otros campos, muchísimos. Este principio se ha de observar férreamente. Cada uno puede mirar a los ojos de los demás, en los que leerá que el otro piensa exactamente igual que él y que sabe exactamente lo mismo que él. Y a este respecto quisiera decir en general que el partido nacionalsocialista alemán de los trabajadores, el partido como tal, debe ser, considerado en el fondo, una comunidad del saber, de un saber determinado que ha de tener mayores y mayores vuelos a medida que transcurre el tiempo, de un saber que se enseña y que también se vive, de un saber asentado sobre experiencias y conocimientos eternos, etc. O sea, una comunidad que ha conocido la existencia de determinadas directrices fundamentales y las lleva entonces a la práctica. Esta comunidad del saber es también al mismo tiempo, ciertamente, la más grande camaradería de la acción. 


Y entonces el pueblo alemán sabrá una cosa: que puede sentirse absolutamente seguro al estar guiado por una jefatura tal. Y se sentirá realmente feliz y contento. Cuando el pueblo alemán dirige hoy la vista al exterior, se da perfecta cuenta de cómo son gobernados los demás pueblos. Y ve estos derrumbamientos, estos terribles actos de locura en el terreno de la economía. ¿No es ciertamente una maravilla que los Estados que poseen las mayores reservas de oro tengan una moneda depreciadísima, mientras nosotros, sin divisas, sin oro, tenemos una moneda de lo más estable? Créanme ustedes si les digo que el pueblo alemán se irá dando cada vez más cuenta de lo que tiene que agradecer a esta jefatura, a través del movimiento. Irá dándose perfecta cuenta de que esta jefatura ha sacado prácticamente a la nación de un abismo sin fondo, de un abismo hacia el que los otros caminan a ciegas. No es nuestra intención impedir que los demás se precipiten en el abismo; no, que ellos también lo experimenten y saquen conclusiones. Pero el pueblo alemán sabe que ha sido salvado de caer en ese abismo. El pueblo alemán tiene hoy confianza absoluta en el movimiento; puedo decir tranquilamente que está detrás del movimiento en un cien por cien. Los únicos que no están detrás del movimiento son los elementos que estamos descubriendo ahora en estos procesos, o los inquilinos de nuestros campos de concentración, o los reclusos, los presidiarios, los antiguos reclusos y antiguos presidiarios, o el montón existente de locos, necios e idiotas. El resto del pueblo alemán está en un cien por cien detrás del movimiento y se siente feliz contando con esta jefatura. 

 


Esta confianza inmensa del pueblo alemán debiera ser para nosotros un deber común: el deber de cumplir lealmente nuestras obligaciones, de obrar con lealtad entre nosotros, de ser siempre leales, fanáticamente leales. En realidad, quisiera terminar diciendo que todo lo que construyamos créanme ustedes que lo habremos construido sobre arena si en nuestra edificación no ponemos como el más fuerte de los cimientos una ilimitada lealtad recíproca, una increíble fidelidad mutua, una gran camaradería. Esto es lo decisivo. Ha de ser de manera que este Estado se distinga de los demás en que todos y cada uno, obrando de buena voluntad, sepan que de antemano cuentan con una lealtad sin límites; está descartado que en este Estado, donde todo se basa en la decencia, nadie intente sorprender a los demás; que nadie intente obtener mayores ventajas, aprovechar un momento de debilidad, etc. Eso no debe ser en modo alguno. Y cuando particularmente se ha de mostrar siempre lealtad es cuando exista la posibilidad de ser desleal. 


Al hablar de esta lealtad en el sentido del movimiento, entiendo que cada uno de sus miembros obre lealmente con los demás, que jamás intente aprovechar un momento de debilidad, que jamás intente actuar deslealmente respecto a los otros. Créanme ustedes que esto tiene al final su recompensa, una recompensa del ciento por uno. Precisamente desde el año 1933, quizá hayamos visto en un sector adónde nos ha conducido y qué nos ha dado y regalado esta gran lealtad. Piensen ustedes en esto: cuando llegamos al poder, llegamos como un movimiento poderoso, que dominaba a toda la nación. Este movimiento que realmente dominaba a toda la nación era de hecho una revolución, una revolución tremenda. El resto del mundo estaba enfrente de nosotros. También en nuestras filas hubo en aquella época un hombre que creyó poder obrar deslealmente en un campo. Sintiéndolo mucho, tuve que acabar con este hombre, aniquilando en aquella ocasión a él y a todos los que le siguieron. 


Ahora bien, ¿saben ustedes en lo que se ha traducido la lealtad que entonces y desde entonces ha sido la dueña y señora? A esa lealtad debemos el resurgimiento de Alemania, pues el partido por sí solo no habría podido conseguirlo. ¿Qué podría ser Alemania si tuviera sólo el partido, si al lado del partido no estuviera la fuerza? En primer lugar, sin el ejército no estaríamos aquí ninguno, pues todos salimos años atrás de esa escuela. Yo no sería hoy el Führer del pueblo alemán si no hubiera sido primero soldado. Todos los buenos principios que hoy defiendo fueron haciéndose poco a poco parte de mi ser durante mi permanencia en el ejército; a él debo la dureza que ha templado mi espíritu, toda la dureza de que dispongo. Y ustedes, los más veteranos de mis compañeros de lucha, todos ustedes han pasado por esa institución. Y todos tenemos realmente motivos para estar infinitamente orgullosos de esta institución de nuestro pasado histórico, lo mejor que Alemania ha tenido jamás hasta la fundación del partido nacionalsocialista. Hoy hemos conseguido que esta institución vuelva a ser grande y poderosa ¿Cuál sería la vida de este pueblo si no se observara rígidamente el precepto de la lealtad más brutal? ¿Dónde estaríamos hoy? Quizá antaño podríamos haber emprendido el otro camino. ¿Qué tendríamos hoy? No exagero si afirmo que dispondríamos de un desordenado revoltijo carente de todo valor militar. Sepan ustedes que yo no tengo fe en la denominada levée en massehacer únicamente con la movilización, digamos, del entusiasmo, etc. No puedo saber si en tales momentos aparecerá o no un Napoleón en la nación; pero lo que sí sé es que un Napoleón golpeará con tanta mayor eficacia cuanto mejor sea el instrumento de que disponga (aplausos) No podemos confiar en que el entusiasmo por sí solo pueda llevarnos un día a la victoria. El entusiasmo será tanto más beneficioso cuánto más expresión encuentre en una organización militar ordenada, limpia, brillante. Pero esto es únicamente posible cuando en tal Estado la lealtad es absoluta. Y esto es lo que hemos impuesto. Y a esto tenemos que agradecer también el hecho de que hoy estemos aquí, de que podamos estar aquí, de que pueda estar aquí esta fortaleza, de que podamos celebrar en ella esta reunión. De lo contrario, no estaríamos aquí; de lo contrario, podríamos pensar que serían otros los que estuvieran; es muy fácil que fuera posible. Esto ha de ser para todos nosotros un gran ejemplo de lo necesario que es elevar este mandamiento de la lealtad la categoría de  fundamento indestructible por sistema. En este campo no existe ninguna discusión ni ninguna consideración, etc., pues, a fin de cuentas, en ello estriba todo, nuestra existencia entera, nuestro presente y sobre todo, también nuestro futuro como alemanes.



Y si de alguna cosa lograda en mi vida estoy orgulloso, esta cosa es haber conseguido - en este Estado nacionalsocialista arropado por el símbolo del nuevo Reich, de la nueva ideología, de la nueva idea, de nuestro viejo partido - reorganizar el nuevo ejército alemán, haber creado las premisas políticas y generales necesarias para ello y haber establecido entre el ejército y el partido una unión cuyos resultados, estoy convencido, serán mejores y mejores a medida que pase el tiempo. No en balde tengo el convencimiento de que en Alemania pueden existir sólo dos organizaciones: la organización política dirigente y la organización militar. Si estas dos organizaciones nuestras permanecen sanas y fuertes, entonces veo al pueblo alemán, respaldado por ellas, caminar hacia un futuro de grandeza. El resto del mundo marcha de cabeza hacia la crisis. Nosotros la hemos superado ya. La Providencia ha de decidir todavía cuándo ha de sonar la hora en que, de la discrepancia y las debilidades de los demás y de la fortaleza de nosotros, nuestro pueblo obtenga por fin en este mundo lo que tenemos justificación para exigir. Ahora bien, hay una cosa segura, y es que este logro sólo será una realidad cuando por encima de los símbolos de nuestro Reich, de todas las banderas y de todos los estandartes y de todos los guiones de campaña estén siempre las palabras fidelidad y lealtad. Esta es la condición primordial. 


Para terminar, quisiera decir a ustedes en qué forma veo yo actualmente el mundo. Todos ustedes saben que nuestra posición respecto a España no es sólo la de unos espectadores desinteresados; y es así porque no nos es indiferente que este país pueda llegar a ser bolchevique y, con ello, antes o después, un secuaz de Francia. Al contrario, tenemos que desear que esta nación conserve a todo trance su postura de independencia. Por lo demás, nos es indiferente quién pueda gobernarla o qué principios no creo que la guerra se pueda y qué pensamientos puedan dominar en ella. No tenemos intención de propagar en esta nación el nacionalsocialismo; lo estimo imposible, superfluo e inimaginable del todo. Lo único deseable para nosotros es que no haya en España un Estado bolchevique que constituya una cabeza de puente entre Francia y África del Norte; este es nuestro deseo. Y nuestro interés se regula por tales consideraciones. Y como soy uno de esos hombres que en tales casos no se contentan con hablar, sino que también actúan, he dado a nuestro interés una expresión cuya medida me ha parecido conveniente y soportable por Alemania. No necesito decirles más sobre el particular. Pero todos ustedes saben que si un alemán presta servicio allí es porque es necesario para Alemania - visto a largo plazo -. Y que si alguien puede morir allí, muere por Alemania. Y si actualmente mueren por Alemania 7.000 personas todos los años a causa de los accidentes de tráfico; y si la lucha por el triunfo del movimiento ha costado cientos de caídos, y si en la lucha por Alemania cayeron 2 millones de personas; y si han muerto muchos miles durante las luchas causadas por los disturbios en el interior, también en el futuro tendrán que seguir muriendo alemanes. ¡Ay del pueblo en donde los hombres no se muestren ya dispuestos a seguir sacrificándose por la comunidad necesaria y por los intereses de esa comunidad! 


Sin embargo, por encima de esto tengo el convencimiento de que, para nosotros, no es conveniente que estalle demasiado temprano una catástrofe mundial que amenace con explotar. Ello hace que yo, con el pleno convencimiento de que todo suceso histórico incita a la imitación, no considere oportuno ni conveniente un derrumbamiento de España en estos momentos, porque un derrumbamiento de los restantes Estados europeos en estos momentos no sería oportuno ni conveniente tampoco para nosotros. Esto es producto de reflexiones completamente frías y de índole práctica. Ahora bien, ello no significa, a fin de cuentas, que de esta forma pueda demorarse el derrumbamiento europeo; no, no es ese el caso. La lucha entre democracia y Estado es inevitable; a la larga no puede haber Estados democráticos, pues el Estado es el vivo contraste de la democracia. Y una de dos: o vence la democracia, en cuyo caso se hunde el Estado, o la democracia tendrá que hundirse si los Estados pretenden subsistir. No hay compromiso alguno a este respecto. Por ello tendrá que venir la lucha de todas maneras. Lo único que esperamos es que esta lucha no se produzca hoy, sino que transcurran todavía años antes de que comience, y cuanto más tarde, tanto mejor. Pues la crisis de los demás se irá agravando a medida que Alemania se vaya, precisamente, fortaleciendo. De todos modos, nuestra situación hoy con respecto al resto del mundo permite no pensar absolutamente en una amenaza para Alemania; es decir, es imposible que haya hoy quien nos ataque o nos obligue a emprender una actuación que nosotros no deseemos emprender. En relación con los años pasados, esto supone un avance y un progreso cuya importancia no resulta en estos momentos muy difícil de establecer detalladamente. En cuanto a tranquilidad de los nervios, esto supone infinitamente mucho para la jefatura de la nación. 


Otra cosa que considero descartada es que se forme en Europa una coalición contra nosotros, la cual, mediante la unión de fuerzas de distintas procedencias, estuviera en situación de forzarnos a hacer alguna cosa en contra de nuestra voluntad. También esto lo considero descartado. Las relaciones que hemos establecido con toda una serie de Estados nos garantiza, al menos, la seguridad del mantenimiento de la paz, la cual no tenemos absolutamente interés alguno en que desaparezca. Al contrario, nuestro máximo interés, hoy y de ahora en adelante, ha de consistir en disponer, tras la supresión de las peores repercusiones del Tratado de Versalles, de la época de tranquilidad necesaria para alcanzar la madurez política, interior y militar del pueblo y el Reich, o sea, el fortalecimiento de ambos. 



En el aspecto económico, no habrá nada que nos coaccione. El Plan Cuatrienal será llevado a vías de hecho. Este plan nos independizará del extranjero en los campos vitales más importantes. Los requisitos exigidos a nuestra economía son grandes, porque está completamente claro que han de ser satisfechos. A este respecto, sólo quisiera que ustedes reflexionaran sobre una cosa: la condición indispensable para el mantenimiento de una economía sana es su estabilidad y, sobre todo, la estabilidad de su moneda. Esta estabilidad de la moneda estará garantizada mientras toda persona pueda comprar, con el salario que recibe por su trabajo, los productos del trabajo de los demás; es decir, en otras palabras: mientras exista un equilibrio de salarios y precios. Ahora bien, si la balanza ha de estar equilibrada por la igualdad de salarios y precios, otra cosa hay que considerar: nuestro deber como alemanes, es, hoy, el de poner de nuevo a la nación en posesión de los necesarios medios militares Esto implica la ocupación de millones de alemanes en un trabajo no productivo en sí en el sentido de que los otros trabajadores no pueden comprar el resultado de este trabajo. O sea, que actualmente tienen que trabajar millones de alemanes sin que lo que elaboran - cañones, fusiles, ametralladoras, municiones, etc. - pueda ser lanzado al mercado como producción comercial. Por lo tanto, la otra parte de la nación ha de forzar la marcha de su actividad productora; pues sólo a base de fomentar extraordinariamente la producción de artículos de consumo aumentando la actividad de los otros, ha de ser posible que los que perciben un salario por su trabajo en la producción de armamentos puedan comprar también otros productos aunque ellos no echen producto alguno de consumo en el plato común de la producción nacional, sino únicamente los valores, más elevados, inherentes a la independencia nacional y a una posterior y mayor seguridad de la vida alemana. 


Por ello, hoy no puede pensarse siquiera en que tengan que hacerse cesiones en este sector. Si hoy me preguntaran: “¿No podría al menos quitar las horas extraordinarias? ¿No podría moderar un poco la intensidad del trabajo?”, tendría que contestar a tales preguntas con un no rotundo. Esto lo podré hacer, o lo podremos hacer, cuando los millones de obreros que actualmente trabajan en la industria de producción de armamentos hayan pasado a un campo de producción de artículos de consumo, de manera que su trabajo pueda ser aplicado también al mercado común de la producción nacional. Sólo cuando llegue ese momento podrá ser posible, antes no. 


Pero nadie puede dudar un solo instante de que será llevado a cabo este trabajo del rearme nacional. Será llevado a cabo hasta sus últimas consecuencias. Yo no hago las cosas a medias. ¡Quiero que, ya que Alemania soporta en general esta carga, nuestro pueblo no sea en este aspecto el que ocupe el segundo o tercer lugar, sino que sea en definitiva el pueblo más fuerte de Europa! ¡Tal es mi voluntad, compañeros! (aplausos atronadores y prolongados) De esa forma recompensamos también el sacrificio de todos los que han muerto por esta Alemania, por esta Alemania eterna. No han caído por una Alemania a medias, sino por una Alemania entera. Y si antaño pudo parecer que el sacrificio de estos caídos era estéril, no ha sido éste a mis ojos el último capítulo de la historia alemana, sino el penúltimo. ¡El último lo escribiremos nosotros! (aplausos y aclamaciones) 

2 comentarios:

  1. Interesante discurso, buena entrada Nacho, me encanta tu blog.
    Aunque de lo que te a hablar ahora no tiene nada que ver con el tema de esta entrada es algo de lo que me gustaría preguntarte para saber tu opinión como investigador de Hitler. ¿Qué opinas sobre Fritz Darges?
    Fritz Darges era un oficial de las Waffen-SS que fue el ayudante de campo del Führer desde marzo de 1943 hasta el 18 de julio de 1944. Suele ser recordado por una curiosa anécdota que provocó su despido.
    El 18 de julio de 1944, durante una de las habituales reuniones en la Wolfsschanze para analizar la situación militar de Alemania, comenzó una mosca a zumbar alrededor de la sala, que al parecer aterrizó en el hombro de Hitler y en la superficie de un mapa varias veces. Irritado, el Führer (que ese día estaba de muy mal humor porque había recibido muchas malas noticias) ordenó a Darges deshacerse de la molestia. Darges sugirió con ironía que como se trataba de una "plaga en el aire" el trabajo lo debería hacer el ayudante de la Luftwaffe, Nicolaus von Below, respuesta que le valió su despido como ayudante de campo del Führer y fue entonces enviado a combatir al frente del Este. Paradojicamente, su despido probablemente le salvó la vida, pues dos días después tuvo lugar el intento de asesinato contra Adolf Hitler perpetrado por la camarilla de traidores liderada por el infame Claus von Stauffenberg. Y debido a su posición como ayudante de campo de Hitler, Darges habría estado presente en el lugar de los hechos y por lo tanto es más que probable que hubiera sido una de las víctimas de los traidores que atentaron contra el Führer.
    Darges (a diferencia de la mayoría de los colaboradores de Hitler) no escribió ningún libro sobre Hitler. No obstante si que fue entrevistado en varias ocasiones por la prensa y apareció en algún que otro documental sobre la Segunda Guerra Mundial, donde siempre recordó con cariño a Hitler. También se dijo en la prensa que publicó sus memorias sobre su trabajo en el círculo íntimo del Führer que no quiso que se publicaran hasta después de su muerte. A mí eso me suena como si quisiera escribir y publicar la pura verdad sin tapujos sobre Hitler sin temor a ser procesado y encarcelado en la República Federal de Alemania, ya que ese país está ocupado desde 1945 y la libertad de expresión es allí inexistente (sobretodo para quienes cuestionan la propaganda de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, es decir de los enemigos de Hitler y Alemania). No obstante, Darges falleció en 2009 y sus memorias siguen sin haber sido publicadas. ¿Que es lo que pretenden esconder? Creo que los motivos son obvios, sobretodo a juzgar por como describió a Hitler hasta el final de su vida.
    Para mí Darges es un autentico héroe, un nacionalsocialista convencido y un buen hombre que fue siempre leal a la memoria de Adolf Hitler y que se negó a difamarle y/o a ceder a la presión mediática de la posguerra (a diferencia de gente como Albert Speer o Traudl Junge). Su testimonio me recuerda mucho al de Rochus Misch.
    Gracias de antemano, saludos.

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    1. Hola, gracias por tu comentario. En realidad dices prácticamente todo lo que se puede saber de Darges. El incidente por el que fue despedido Darges (una mosca) es bastante conocido. Según David Irving, la verdadera razón radicaba en que Fritz Darges había roto sus relaciones con la hermana de Eva Braun, Gretl. La broma que Darges gastó al Führer era en realidad una broma muy al estilo de Hitler. Muy mal tenía que estar para prescindir de él tan solo por eso.

      A la muerte de Darges, efectivamente, se habló de sus memorias. Pero, que yo sepa, siguen sin ser publicadas. No creo que sus memorias oculten nada, ya que Darges tampoco pertenecía al círculo íntimo. Imagino que se trata de unas memorias que las editoriales no esperaban, queriendo más morbo a costa del incidente etc.

      Las memorias que no contienen exabruptos contra el Jefe no se reeditan si quiera. Hay que buscarlas en el mercado de segunda mano. Eso es ilustrativo. En todo caso, si Darges no sacó provecho del incidente de la mosca es porque fue un hombre íntegro y leal.

      Siento no poder ayudarte más. He consultado en mis libros y Darges ni siquiera aparece en las principales biografías de Hitler. Tan solo Irving lo menciona brevemente. Lo he visto también como asistente en varias reuniones entre 1943 y 1944. Pero nada más. Así que nos toca esperar a ver si se publican sus memorias.

      Saludos

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