DISCURSO DEL FÜHRER ANTE LOS COMANDANTES DE DIVISIÓN, EN EL «ADLERHORST», 28 DE DICIEMBRE DE 1944

 






Hora de inicio: 18.48


EL FÜHRER: ¡Caballeros! Les he rogado que vengan aquí antes de una acción de cuyo éxito dependen los próximos ataques en el oeste. En primer lugar les describiré, con brevedad, la importancia de esta acción individual. Quiero ponerlos en antecedentes respecto del conjunto de la situación actual, de los problemas con los que nos enfrentamos y que debemos solventar, y que, con independencia de si se resuelven feliz o infelizmente, es seguro que encontrarán una solución: pero en un caso, para nuestro bien; y en el otro, para nuestra destrucción.


La situación alemana se puede resumir con un par de frases. En esta guerra no se trata como ocurrió ya en la primera guerra mundial— de si nuestros oponentes concederán a Alemania un trato condescendiente, en el caso de que nos venzan; la única cuestión es si Alemania sobrevivirá o si será destruida. En la presente guerra   -a diferencia, quizá, de las antiguas guerras de los siglos XVII o XVIII- no se decidirá una cuestión de la forma de organización del estado, ni la cuestión de la pertenencia de un pueblo o un grupo o un antiguo estado federado al imperio alemán; en última instancia, esta guerra será decisiva para la pervivencia de la sustancia esencial de nuestro pueblo alemán; no para existencia del imperio alemán, sino para la pervivencia de la esencia misma del pueblo alemán. Una victoria de nuestros enemigos conduciría a Europa, inevitablemente, hacia el bolchevismo. Todo el mundo debe comprender y lo comprenderá fácilmente qué significaría la bolchevización para Alemania. No se trata ya, como en tiempos pasados, de la cuestión de un cambio de estado. En la vida de los pueblos, el estado se transforma en innumerables ocasiones; eso llega y luego desaparece de nuevo. Pero ahora se trata de algo muy diferente: de la pervivencia de la esencia en sí misma. Nuestro objetivo es la preservación. La derrota destruirá una raza como la nuestra, tal vez para siempre. 


Los combates como el que se está librando en este tiempo llevan en sí la marca de los enfrentamientos ideológicos y, con frecuencia, duran mucho tiempo. Así pues, estas batallas no se pueden comparar con las de la época de Federico el Grande. Entonces se trataba de una nueva potencia alemana, que se abría paso en el marco de un imperio alemán en lenta decadencia ―o quizá ya desmoronado—; una potencia que, por decirlo así, luchaba por ganarse ción oficial como gran potencia europea. Pero hoy no se trata de que  Alemania tenga que demostrar su valía como gran potencia europea -puesto que su importancia es evidente a ojos de todos-; se trata, antes bien, de que nuestro Reich participa en una guerra ideológica en la que se combate por existir o desaparecer, y en la que la victoria terminará por estabilizar definitivamente a esta gran potencia —que ya lo es numéricamente y por su valía, pero la derrota arruinará y eliminará al pueblo alemán. Una parte de nuestro pueblo será desalojada. Ustedes mismos han podido oír las explicaciones y observaciones que hace unas pocas semanas expresó Churchill en el Parlamento británico, donde dijo: «Toda la Prusia oriental, partes de la Pomerania y la Alta Silesia―tal vez la Silesia entera— serán entregadas a Polonia, y por eso mismo habrá que devolver a Rusia otros territorios; habrá siete o diez, u once millones de alemanes que deberán abandonar sus territorios». En cualquier caso, como él alberga la esperanza de eliminar a unos seis o siete millones en el transcurso de la por medio de los ataques aéreos, la evacuación no supondrá tantas dificultades. ¡Esta es la sobria declaración de un jefe de gobierno actual en una asamblea pública! En el pasado, una afirmación similar se hubiera considerado como una consigna propagandística; una mentira propagandística. Porque eso se ha dicho [con carácter oficial], pero no se corresponde lo más mínimo con sucedería en la realidad, porque Inglaterra no está en absoluto en situación de prestar auténtica resistencia al bolchevismo, en caso de que Alemania se descomponga. ¡Es una teoría insostenible! En estas horas en las que el señor Churchill se ve forzado a retirarse de Atenas, después de un patinazo lamentable, en la que no es capaz de oponerse al bolchevismo ni en lo más mínimo, justo ahora ese hombre intenta transmitir la impresión de que es capaz de frenar el avance del bolchevismo en cualquier frontera europea. ¡Es una fantasía ridícula! América no puede hacerlo; Inglaterra no puede hacerlo. El único estado cuyo destino, en última instancia, está en juego en esta guerra es Alemania, que o bien se salvará o bien ―en caso de perder la batalla- perecerá.


Y quiero añadir sin demora, caballeros, que de cuanto digo no deben ustedes extraer la conclusión de que haya tenido el más leve pensamiento de perder esta guerra. A lo largo de toda mi vida no he conocido nunca el significado de la palabra «capitulación»; y soy de esos hombres que se ha hecho a sí mismo de la nada. Así pues, la situación en la que nos encontramos actualmente no es nueva para mí. En otros tiempos sí fue diferente, y mucho peor. Sólo les digo esto para que evalúen por qué persigo mi objetivo con un fanatismo tan acen- drado y por qué nada hará flaquear mi determinación. Puedo sufrir el tormento de la preocupación hasta el extremo de que esas preocupaciones perjudiquen seriamente mi salud; pero no cambiaría en un ápice mi determinación de combatir hasta que la balanza acabe por inclinarse de nuestro lado.


Se objeta que, en circunstancias como las actuales, se hace necesario pensar en términos militares más racionales; pero esa objeción se puede rebatir per- fectamente echando un breve vistazo a la historia mundial. De haberse aplicado el racionalismo militar después de la batalla de Cannas, todos los hombres, sin excepción, habrían quedado convencidos de que Roma estaba perdida. Aban- donada por todos los amigos, traicionada por todos los aliados, habiendo perdido el último de los ejércitos preparados para combatir y con el enemigo a las puertas, aun así, la tenacidad del Senado -no la del pueblo romano, sino la tenacidad del Senado, de los dirigentes— salvó a Roma en ese momento. Tenemos un ejemplo parecido en la historia de nuestra Alemania, no en la poderosa escala mundial, pero aun así extremadamente decisivo para el conjunto de la historia de Alemania, porque la fundación última del posterior imperio alemán se debió a ese héroe, él la hizo posible, su intervención en la historia la hizo posible por primera vez. Me refiero a la guerra de los Siete Años, durante la cual ya en el tercer año predominaba entre un número incontable de organizaciones políticas y militares la convicción de que nunca se podría ganar esa guerra. Y en efecto, basándose en la medida de los hombres, esa guerra debería haberse perdido, porque enfrentaba a 3.700.000 prusianos contra unos 52 millones de europeos. Pero, pese a todo, ¡esa guerra se ganó! Así pues, en conflictos de un alcance tan universal como este, la mentalidad es un factor decisivo, porque es la que permite ir encontrando siempre nuevas salidas e ir poniendo en marcha nuevas posibilidades. Ante todo resulta esencial saber que el enemigo está compuesto por hombres, hombres de carne y hueso, con sus estados de ánimo; y que ellos, a diferencia de nosotros, no tienen que luchar por su existencia. Porque nuestro enemigo no sabe -a diferencia de nosotros- que lo que está en juego es el ser o no ser. Si los británicos perdieran esta guerra, no será tan importante para ellos como lo que ya han perdido hasta el momento. América no perderá su estado, no perderá la esencia de su pueblo. Pero Alemania está luchando por el ser o no ser. Todos ustedes habrán percibido ya que el pueblo alemán lo ha entendido así. Sólo hace falta que miren a la juventud alemana de hoy y la comparen con la juventud de la [primera] guerra mundial. Sólo hace falta que contemplen las ciudades alemanas de hoy y comparen su actitud con la del pueblo alemán de 1918. Hoy todo el pueblo alemán se mantiene inquebrantablemente firme y mantendrá esa firmeza. En 1918 el pueblo alemán capituló sin necesidad. Pero ahora ha comprendido el peligro que implica nuestra situación y comprende los problemas a los que nos enfrentamos. Quiero decir esto brevemente, a modo de introducción, y ahora dedicarme a la parte estrictamente militar.


¿Cómo está hoy la situación militar? Quienquiera que en este mundo haya seguido los grandes conflictos de la historia universal encontrará con suma frecuencia situaciones de un carácter similar; quizá incluso situaciones peores que esta que experimentamos hoy. Porque no podemos olvidar que incluso ahora estamos defendiendo un territorio del Reich y unos anexos considerablemente más extensos de lo que Alemania haya sido jamás; y en segundo lugar, que disponemos de unas fuerzas armadas que, en sí mismas, son sin duda alguna las más poderosas de la Tierra. Si alguien quieren ver con verdad cómo está el conjunto de la situación, le bastará con imaginar una sola cosa: que coja de forma aislada a una cualquiera de nuestras grandes potencias enemigas -Rusia, Inglaterra o América-. No le surgirá la más mínima duda al respecto: de forma aislada, podemos liquidar a cualquiera de esos estados en un santiamén. Esa es la demostración palpable de la fortaleza del pueblo alemán, pero también de la fortaleza de nuestro poder militar, puesto que este, a la postre, es la efusión de la fuerza del pueblo, que no puede imaginarse en el vacío.


Militarmente, resulta de una importancia crucial que en el oeste abandonemos esta improductiva actitud defensiva y pasemos a la ofensiva. Solo la ofensiva puede volver a situarnos en el camino de la victoria. Si nos quedamos a la defensiva llegaremos en breve justo al punto en el que el enemigo consiga usar su material de un modo cada vez con más eficacia, y eso sería una situación irremediable. Entonces no sacrificará a tantos hombres -en el futuro, desde luego, no tantos como ahora- como se suele pensar. Hay quien considera que la ofensiva es siempre más sangrienta que la defensiva, pero esa es una opinión falsa. Lo hemos experimentado en nuestro propio bando. Nuestras batallas más sangrientas y penosas han sido siempre las batallas defensivas. En cambio, las batallas ofensivas -si se comparan las bajas del enemigo y las nuestras, incluyendo en las bajas a los prisioneros- han sido siempre favorables a nuestros intereses. También ahora, en esta ofensiva, ocurre algo parecido. Si pienso en el número total de divisiones que el oponente ha enviado aquí y hago una estimación de sus bajas totales, contando sólo a los prisioneros -porque los prisioneros valen tanto como los muertos, en tanto que quedan eliminados— y añado luego a los heridos y las pérdidas de material, y comparo todo eso con nuestras pérdidas y bajas, no cabe la menor duda de que incluso la breve ofensiva que hemos acometido hasta el momento ha provocado una inmediata distensión de la situación en el conjunto del frente. Y aunque por desgracia no haya comportado el éxito decisivo que podíamos esperar, aun así lo cierto es que se ha producido una distensión extraordinaria. El enemigo ha tenido que renunciar por entero sus planes de ataque. Se ha visto forzado a reagrupar to- das sus fuerzas; ha tenido que desplegar de nuevo a las unidades que estaban exhaustas. Todas sus previsiones operativas se han malogrado. En casa está re- cibiendo una censura formidable. El factor psicológico va en su contra. Se ha visto forzado a declarar que no hay posibilidad alguna de concluir la guerra antes de agosto, ni siquiera, quizá, antes de finales del año próximo. La situación se ha transformado de un modo que nadie hubiera creído posible hace dos semanas. Este es el resultado de una sola batalla, en la que ni siquiera hemos desplegado todavía a un gran número de nuestras divisiones, sino que un gran número de nuestras divisiones blindadas está todavía en fase de retirada o ha participado en la batalla solamente unos pocos días. Pero una defensiva -estoy convencido de ello- nos resultaría insostenible a largo plazo, porque en esa caso las bajas del enemigo no dejarán de disminuir y, en cambio, el despliegue material irá en aumento. Dejará de arremeter con la tozudez actual. La censura que están recibiendo en su país es aquí un factor decisivo. Pero por otra parte, también hay una mejora gradual en el abastecimiento de munición y material de guerra. En la medida en que sea capaz de reparar los puertos y solventar sus problemas de transporte, podrá traer a la zona -suponiendo que cuente con las existencias necesarias- mucho más material. Se acostumbrará a la estrategia que a la práctica hemos vivido ya frente a Aquisgrán: convocar una posición, ir destruyendo los búnkers con los tanques y luego ocupar una zona completamente muerta con unas fuerzas de infantería relativamente me- nores.A largo plazo, las bajas no serán tantas en su bando como en el nuestro. Durante este tiempo irá demoliendo despacio, pero con seguridad, nuestro sistema ferroviario y nuestras posibilidades de transporte. No lo estamos obligando a combatir con sus escuadras de bombarderos; más bien le estamos franqueando el paso a nuestra patria alemana, lo que afectará al frente con una nueva reducción de los suministros de munición, de carburante, de armas, de equipos y vehículos, etc.; y ello ocasiona efectos muy negativos sobre la tropa. que En otras palabras: si continuamos con las táctica actuales o anteriores, las nos han impuesto las circunstancias -puesto que no podíamos atacar antes-, es probable que nuestras bajas sean extraordinariamente elevadas, mientras las del enemigo, por el contrario, irán descendiendo significativamente.


Así pues, abandonaremos estas tácticas lo antes posible; tan pronto como creamos que disponemos de las fuerzas suficientes para pasar a la ofensiva. Está en nuestra mano. Solo esta primera acción de nuestra ofensiva occidental ha logrado ya que los americanos hayan tenido que acercar al menos el 50 por 100 de las tropas de otros frentes; que se hayan debilitado significativamente los grupos de asalto que tenía al norte y al sur de nuestra zona de irrupción; que vengan las primeras divisiones británicas; y que haya debido traer a buena parte de las fuerzas blindadas. Cuenta con quince divisiones blindadas y ya han tenido que intervenir unas ocho, según creo, o quizá nueve. Es decir, tiene que concentrar a sus fuerzas allí. Además, en el sector en el que vamos a irrumpir ahora hay una densidad de fuerzas mucho menor. Ha ido sacando a una división tras otra, así que tendremos que darnos prisa, si aún queremos destruir un número considerable de divisiones; porque quizá ya no queden más de tres, quizá cuatro; si hay suerte, serán cinco, pero no creo que lleguen a seis.


Quiero hacer hincapié en esto: el objetivo de todas estas ofensivas, que se sucederán golpe tras golpe -en este momento estoy preparando ya el tercer ataque-, es eliminar, en primer lugar, a las tropas americanas del sur de nuestra zona de irrupción: los destruiremos uno por uno, los aniquilaremos división por división. Entonces ya veremos hasta qué punto podemos establecer una conexión directa entre esta operación y la propia zona de la irrupción. La zona de la irrupción tiene la misión de contener en lo posible a las fuerzas enemigas, aprovechando que es una zona vital para la supervivencia del enemigo. El paso del Mosa representaría un peligro inmenso para los americanos y los británicos. Avanzar sobre Amberes podría resultar catastrófico. El avance no ha tenido éxito, pero hay una cosa que sí hemos logrado: en lo esencial, todas las fuerzas disponibles han sido reunidas para combatir el peligro. Este es el primer logro positivo. Ahora se trata de aniquilar a todas las fuerzas que hay al sur de la zona de irrupción, recurriendo a toda una serie de golpes puntuales.


La tarea que espero lograr con la nueva ofensiva no va más allá de lo posible; no más allá de lo que nuestras fuerzas pueden conseguir. En nuestro bando hay ocho divisiones en formación. Con la sola excepción de una división que viene de Finlandia, las otras siete están exhaustas, como es lógico, aunque algunas se han renovado en parte. Pero el enemigo que se enfrentará a nosotros con cinco divisiones, si todo le va bien, pero quizá con sólo cuatro y aun es posible que con tres- tampoco está fresco, también está exhausto, con una única excepción (una división desplegada en el mismo Rin, que habrá que ver primero cómo resulta) y con la 12.ª división blindada estadounidense, de la que no sabemos con certeza si se ha llegado a desplegar y que, en cualquier caso, es una unidad todavía joven, que aún no ha participado en ningún combate. Pero en cuanto al resto, también las otras unidades del enemigo están exhaustas. La relación de fuerzas no podría ser más favorable, ¡no cabe duda!


Si esta operación sale bien, nos llevará a destruir una parte del grupo de divisiones que se está enfrentando a nosotros al sur de la zona de irrupción. La siguiente operación se desencadenará en seguida, y estará conectada con otro ataque posterior. Con esto espero, en primer lugar, destruir a las unidades americanas del sur. Luego proseguiremos el ataque y ya buscaremos el modo de poner todo esto en relación con el auténtico núcleo de la operación.


Así pues, este segundo ataque tiene un objetivo muy claro: aniquilar a las fuerzas enemigas. No se trata aquí de una cuestión de prestigio. No se trata de ganar espacio. Se trata, sola y exclusivamente, de eliminar y aniquilar a las fuerzas enemigas, dondequiera que las encontremos. Tampoco se trata de liberar toda la Alsacia de esta forma. Eso sería hermosísimo, el efecto sobre el pueblo alemán sería inconmensurable, el efecto sobre el mundo, decisivo -psicológicamente, inmenso― y el efecto sobre el pueblo francés, deprimente. Pero no es importante. Es más importante, como he dicho antes, exterminar a sus hombres.


Sin embargo, a lo largo de esta operación también será necesario dar a la rapidez una prioridad importante. Es decir: debemos tomar cuanto podamos tomar rápidamente, sin separarnos de nuestro objetivo y nuestra dirección originales, desde mi punto de vista. Es frecuente que, más adelante, uno intente durante varias semanas, pero en vano, conquistar lo que antes podía haber tomado en apenas tres o cuatro horas perdidas o desperdiciadas. Un destacamento de exploradores y una pequeña unidad motorizada, o una brigada de fusilería de asalto, o un destacamento blindado se encuentran muchas veces con la posibilidad de cubrir veinte o cuarenta kilómetros decisivos, que es frecuente que luego no se puedan avanzar ni en seis semanas de lucha.


Por desgracia, eso es algo que hemos sufrido en esta primera operación. Esta primera operación se ha desarrollado bajo toda una serie de augurios, en su mayoría buenos, salvo algunos malos. Un buen augurio: en lo esencial es la primera vez que conseguimos mantener la operación en secreto; la primera vez, diría, desde el otoño de 1939, desde que estamos en guerra.  Pero incluso aquí ha habido algunos sucesos negativos. En una ocasión, uno de los oficiales se dirigió a la primera línea de los combates portando una orden secreta -otra vez, a pesar de todo-, y allí lo pillaron. Hoy no podemos llegar a determinar si se encontró la orden ni si se llegó a evaluar o si quizá no le dieron crédito; pero en cualquier caso, ¡la orden cayó en manos del enemigo! Gracias a Dios, sin embargo, eso no tuvo ningún efecto. Por lo menos, ninguno de los puestos ha informado, hasta el momento, de que el enemigo se sintiera alarmado. Eso fue un buen augurio. El mejor de los augurios fue la predicción del tiempo, según la pronosticó un joven meteorólogo que ha acertado de pleno: esa evolución del tiempo nos daba la oportunidad, aun dos o tres días antes, de disimular la última de las marchas -una marcha que apenas se podía disimular― de modo que el enemigo no se apercibiera de nada. El mismo meteorólogo, que predijo de nuevo, con toda seguridad, el tiempo que haría, dio de nuevo en el clavo. A ello siguió que el reconocimiento aéreo del enemigo fracasara completamente: en parte a consecuencia del tiempo, pero en parte también a consecuencia de una inne- gable arrogancia. Esa gente no creía necesario mirar a su alrededor. Tampoco daban crédito a la posibilidad de que pudiéramos formar de nuevo. Quizá haya influido también el convencimiento de que ya estoy muerto, de que padezco alguna clase de cáncer, de que ya no puedo vivir y ya no puedo beber, así que ¡ya no hay peligro! No sentían más inquietud que la de su propia ofensiva.


Pero hay que añadir aún una tercera cosa: el convencimiento de que nos faltarán las fuerzas. Pero déjenme que les diga algo, caballeros: es evidente que nuestras fuerzas no son inagotables. Movilizar a las fuerzas necesarias para esta ofensiva y para los golpes venideros ha supuesto una empresa extremadamente arriesgada;  una empresa arriesgada que, por supuesto, implica también, por el otro lado, unos riesgos enormes. Así que si ustedes leyeran hoy que no van bien en el sur del frente oriental, en Hungría, deben saber que, como es obvio, no podemos ser igual de fuertes en todas partes. ¡Hemos perdido a tantos aliados! Por desgracia, a consecuencia de la traición de nuestros queridos aliados, nos hemos visto obligados poco a poco a retirarnos a un radio de acción más reducido. Pero aun así, a pesar de todo, hemos logrado aguantar más o menos firmemente el frente oriental. También en el sur estabilizaremos la situación, podremos detenerla. Pero aun así, hemos logrado formar un buen número de divisiones nuevas, armarlas, renovar a las antiguas divisiones, dotarlas de armas nuevas, renovar igualmente a las divisiones acorazadas, ahorrar combustible y, sobre todo, restablecer la Luftwaffe a una condición tal que puede realizar muchas salidas diarias -salvo que el tiempo lo impida-, que desarrolla nuevos modelos de avión, que al fin puede atacar la retaguardia del enemigo incluso a la luz del día, ¡y el enemigo no tiene, ahora mismo, nada que pueda desplegar en su contra! En otras palabras: hemos logrado reunir tal cantidad de artillería -morteros y demás-y divisiones acorazadas y de infantería que, como mínimo, se ha restablecido el equilibrio de fuerzas en el oeste. Eso es, en sí mismo, admirable. Ha exigido un estudio constante, meses de trabajo, descender hasta el más ínfimo detalle. Estoy lejos de sentirme satisfecho, sin embargo. Cada día surge algo que todavía no está preparado, que no ha salido bien. Acabo de recibir la mala noticia de que es muy probable que todavía no podamos disponer de los morteros de 210 mm.  Hace meses que los persigo como el diablo, pero aún no he perdido la esperanza de obtenerlos. Vivimos una batalla incesante por las armas y por los hombres, por el material y el combustible, y el diablo sabe por cuántas cosas más. Pero es obvio que ese problema no va a durar eternamente. Lo que hace verdadera falta es que esta ofensiva sea un éxito. 


Si logramos volver a medio arreglar la situación del oeste —y tal debe ser nuestro primer y único objetivo- entonces, por encima de todo, solventaríamos de nuevo el problema del hierro. Porque no necesitamos sólo la zona del Sarre; en realidad, nos es aún más necesaria la Minette. Ese es uno de los requisitos. Cuanto más crítica llegue a ser nuestra situación en el resto de Europa, tanto más importante serán estos yacimientos. A largo plazo, no podemos seguir con esta guerra ―ni existir como nación, en ningún caso- sin determinadas fuentes de materias primas. Eso también es crucial, por tanto. Espero que en el curso de estas operaciones logremos un buen resultado en ese aspecto.


Pero el enemigo no lo consideraba posible. Estaba absolutamente convencido de que nos encontrábamos en un callejón sin salida. Este ha sido un tercer punto, adicional, que en un principio ha favorecido el éxito de nuestra ofensiva. 


Las dificultades que nos han surgido entre tanto han sido, en primer lugar, el increíble mal estado de las carreteras, y en segundo lugar, la reparación de los puentes, que exigió más tiempo del previsto. Aquí se ha puesto de manifiesto, por primera vez, cuánto pueden significar diez horas perdidas. Para una división blindada, perder diez horas puede significar, en determinados casos, el fracaso de la misión. Quien no logra pasar en diez horas, luego quizá no sea capaz de volver a entrar siquiera en ocho días. Por eso, en estos caso, la velocidad lo es todo. Este es uno de los puntos.


 El segundo punto es que, como consecuencia de habernos quedado atascados en las malas carreteras, y como consecuencia asimismo de la destrucción de varios puentes, que no se pudieron reparar con la rapidez debida, no nos hemos desplegado con la fluidez que de otro modo hubiera sido deseable; en lugar de eso, ahora tenemos un enorme lastre de material, y sobre todo de vehículos. Por qué razón se trajeron todos esos vehículos en concreto, no lo sé. Se ha llegado a afirmar que había vehículos traídos ex profeso para [cargar cosas], de modo que todo el mundo pudiera llevarse cuanto pudiera rapiñar. Yo no sé nada de todo eso. Pero una cosa sí es cierta: tenemos un exceso de vehículos. En este sentido, deberíamos aprender de los rusos.


Hay una cosa que ha quedado confirmada desde un principio. En este ataque, por lo general, las divisiones de infantería han avanzado tan rápido como las blindadas; a veces incluso más, aunque las divisiones de infantería marchaban a pie.Eso me recuerda a 1940, un año en el que, por ejemplo, una división como la 1.ª división de montaña -por la que estuve realmente preocupado, temiendo que no pudiera seguirnos- salió de repente a toda mecha, casi volando. De pronto había llegado a Aisne, casi al mismo tiempo que nuestras unidades acorazadas. Aquí han sido muchas las divisiones de infantería han demostrado sus capacidades a plena satisfacción; en parte divisiones jóvenes, de las que se puede decir, sin faltar a la verdad, que su avance se vio demorado por el inmenso tapón organizado por las unidades blindadas. Podrían haber avanzado incluso más rápido, si las carreteras no hubieran estado bloqueadas por las unidades blindadas. Así que hay una cosa clara: teóricamente, con las unidades blindadas, que están plenamente motorizadas no dejo de oír que si están motorizadas entre un 75 y un 80 u 85 por 100; y eso, por regla general, es demasiado, porque entonces todo es conducir, pero en las que van entre ocho y diez hombres por camión mientras que antes se metían hasta treinta en cada camión, con esas unidades blindadas se pueden cubrir fácilmente unos cien kilómetros al día, o incluso 150 si el terreno está despejado. ¡Pero no recuerdo ni una sola ofensiva en la que hayamos cubierto una media de cincuenta o sesenta kilómetros diarios durante al menos dos o tres días! Por lo general, muy al contrario, su velocidad no suele superar apenas la de las unidades de infantería. Lo único que han hecho es dar algunos pequeños saltos. Han logrado capturar algunos puntos con rapidez -al igual que los destacamentos de vanguardia de las divisiones de infantería- pero entonces tenían que partir de nuevo. A la que una división acorazada es incapaz de conducir, el exceso de motorización resulta ser una carga. Porque si no pueden salir de las carreteras y se ven obligados a conducir durante las pausas del bombardeo aéreo, eso significa que, al final, seguro que algunas de las armas no llegan a su destino; o no llega la artillería, o la infantería, o no llegan los granaderos. En su mayor parte, los que de veras  han librado las batallas solo han sido puntas de lanza muy reducidas. Eso ha quedado de manifiesto durante los combates del grupo de ejércitos de Model, y también, por ejemplo, con la «Leibstandarte»: al final, solo las vanguardias participaban en el combate. De la 22.ª división acorazada de las SS, fueron las vanguardias las que estuvieron en la batalla. Pero eso sí: un inmenso trecho de la carretera que conduce a la retaguardia está completamente cerrado y bloqueado. No hay forma de avanzar ni de retroceder, y a la postre no llega ni siquiera el aprovisionamiento de combustible. Es casi como conducir dando vueltas en redondo; es efectivamente como dar vueltas en redondo. Para prevenir los daños por congelación, etc., ¡se conduce incluso de noche! Y luego la gente también se calienta. ¡Es un gasto elevadísimo de combustible! Hay malas carreteras por todas partes y entonces hay que conducir en primera . . . . . no importa.


Realmente, tenemos mucho que aprender de los rusos. Si hoy recibiera yo sobre una determinada carretera rusa, que lleva a cierto sector del frente en el que hay 36 divisiones de fusilería y unidades blindadas, cierto número de regimientos blindados y otras unidades diversas, eso querría decir que ayer noche circularon por esa carretera mil vehículos, y hoy por la noche ochocientos más, y luego mil doscientos y trescientos vehículos. Es una alarma que se extiende por todo el frente oriental, porque es la señal de un ataque inminente. Pero en nuestro caso, cada una de las divisiones blindadas dispone de 2.500, 3.000, 4.000, 4.500 vehículos, ¡y entonces informa de que su movilidad es del 60, el 75 o el 80 por 100! Por simple casualidad topé con dos divisiones de montaña; una de ellas tenía mil ochocientos camiones, y la otra mil cuatrocientos. ¡Pero si son divisiones de montaña! Seguro que están ya destrozados, si no es que es- tán destrozadas las divisiones mismas. Esta evolución tampoco sería tan negativa si nos pudiéramos permitir todo eso y si de veras pudiéramos operar en un [terreno] completamente abierto y libre. Pero en el momento en que estamos aprisionados y acorralados entre unas pocas carreteras, esta motorización puede llegar a suponer incluso una desgracia. Ese es uno de los motivos por los que el ala derecha se quedó atascada en un principio: las malas carreteras, los obstáculos -los puentes que no se pudieron arreglar con la debida celeridad- y para terminar, en tercer lugar, la dificultad de manejar toda esa masa de vehículos; y a ello se añadía la dificultad adicional del suministro de carburante, que la Luftwaffe no podía aportar como en ofensivas anteriores; y luego, por supuesto, la amenaza de un posible despejo del tiempo. Seamos francos: en esta ocasión, la Luftwaffe ha hecho un trabajo excelente. Se han entregado a fondo y han hecho todo cuanto podían hacer -considerando el número de salidas posible, con los aviones de los que disponen ahora-. Sin embargo, no podemos negar que, con buen tiempo, no somos capaces de cubrir todo el espacio aéreo e impedir la llegada de [los cazabombarderos]. En ese caso, una carretera repleta hasta ese extremo es, en realidad, una tumba ingente para todo tipo de vehículos. Ello no obstante, la fortuna estuvo sin duda de nuestro lado, porque cuando llegó el buen tiempo, la dispersión, por lo general, salió bien.


Como he dicho, estos fueron los momentos infelices, que acompañaron a los momentos felices. Sin embargo, durante un breve tiempo, la situación casi ofrecía la esperanza de que se pudiera aguantar. En ese primer momento yo tampoco creía que él llegara a exponerse tanto. Pero ahora que ya se ha expuesto, ha llegado la hora de extraer las consecuencias en otros puntos del frente. Y tenemos que proceder con rapidez. Con eso llegamos otro un punto muy decisivo: las objeciones que se pueden oponer a la idea de continuar la operación. La primera es la vieja consideración de que nuestras fuerzas todavía no son suficientes. Aquí solo se puede responder que esa clase de oportunidades no se pueden desaprovechar, aun a riesgo de que todavía no seamos tan fuertes. Porque ahora hemos desplegado unidades muy poderosas. Si las circunstancias anejas hubieran sido más afortunadas, es obvio que incluso las unidades más débiles habrían conseguido éxitos aún mayores que las unidades más poderosas cuando se enfrentan a condiciones menos afortunadas. Las fuerzas, por tanto, solo se pueden medir de forma relativa. Tampoco el enemigo está en plenitud de sus capacidades; también el enemigo tiene debilidades. 



El segundo factor que siempre aparece como todos sabemos- es que hace falta una pausa más larga para recuperarse, etc. Caballeros, ¡la velocidad también es esencial en este aspecto! Si le diéramos al enemigo tiempo para reflexionar, entiendo que habríamos perdido ya la mitad de nuestras posibilidades. A este respecto, 1918 tiene que servirnos de advertencia. En 1918 las pausas entre los ataques individuales fueron demasiado largas. Los motivos se han expuesto ya repetidamente. Pero no hay duda de que si la [segunda] ofensiva del Chemin des Dames hubiera tenido lugar mucho antes, [justo después de la primera], los resultados habrían sido muy distintos. Seguro que habríamos logrado establecer la conexión con el ala del primer gran grupo de asalto, pasando por Compiègne, y entonces quizá la situación habría dado un giro radicalmente decisivo. Quizá habríamos llegado incluso hasta el mar. Así que las pausas no siempre son deseables, por supuesto.


Debo recalcarles algo más, caballeros. Llevo en esta empeño once años, y en once años aún no he oído nunca a nadie que me dijera: «¡Estamos totalmente preparados!». A lo largo de estos once años, por el contrario, siempre llegaban notas diciendo que la Marina requiere urgentemente que esperemos tanto y cuanto tiempo, porque aún le falta por disponer esto y aquello, que estarán listos para tal fecha. La próxima vez, cuando la Marina ya está lista, me llega algo del ejército de Tierra. Sería una auténtica lástima emprender esto justo ahora, porque el ejército está a punto de introducir esta y aquella innovación y quiere esperar. Cuando el ejército estaba listo, entonces se presentaba la Luftwaffe con que era absolutamente imposible hacer eso ahora; antes de introducir el nuevo modelo, imposible, no podemos atacar, no podemos exponernos a un peligro tan grave. Cuando por fin la Luftwaffe está lista, viene de nuevo la Marina y afirma que el anterior submarino no ha demostrado ser eficaz; que hay que introducir un nuevo modelo, y que ese nuevo modelo no llegará antes del año tal y tal. ¡Nunca estábamos preparados! Y lo mismo vale decir respecto de todas las ofensivas. Lo más trágico fue quizá el otoño de 1939. Yo quería atacar sin demora en el oeste, y me dijeron que no estaban preparados. Después se me preguntó: ¿Por qué no atacamos entonces? ¡Bastaba con ordenarlo!». Yo mismo he reconocido que fue un error. Tendría que haberme limitado a decir: <Atacaremos el oeste el 15 de noviembre, lo más tarde, punto. No quiero protestas». Entonces habríamos formado y atacado. Estoy convencido de que habríamos destrozado a Francia durante ese mismo invierno, y entonces habríamos  sido completamente libres en el oeste.


Uno nunca puede estar preparado al 100 por 100; eso es evidente. Y en nuestra situación, no es siquiera imaginable. El gran problema es siempre que, a la que uno está teóricamente preparado, todo lo que está preparado ya no está disponible por más tiempo, puesto que entre medio se ha necesitado en otras partes. Además, hoy tampoco estamos en una posición que nos permita dejar a las divisiones en suspenso. Todo lo que se hace está siendo observado con ojos de lince. A la que hay calma en el frente oriental durante dos semanas, o no hay grandes batallas, viene el comandante en jefe del grupo de ejércitos del Oeste y dice: «En el este hay varias divisiones blindadas disponibles; ¿por qué no las cogemos?». Pero tan pronto como hay tranquilidad en el frente occidental, se presenta el comandante del este y me cuenta que, como en el oeste hay calma total, bien podríamos desplazar a su frente al menos cuatro o seis divisiones blindadas. A la que tengo libre una división, donde quiera que sea, ¡siempre hay alguien que le ha echado el ojo! Así que ya estoy casi satisfecho con que las divisiones estén allí. Ahora procederé como algunos de los más astutos comandantes del ejército y comandantes en jefe, que no ceden nunca ni una sola división, sino que las dejan en la zona, disponen sectores muy pequeños y luego afirman: «Por mi parte, no hay ninguna división disponible; están todas en el frente». Así que yo mismo me liberaré una división, porque, de otro modo, no voy a conseguir ninguna.


A eso tengo que añadir que tampoco disponemos de un tiempo ilimitado, porque los acontecimientos van siguiendo su curso. Y si no actúo con celeridad en esta zona, podría darse en otra zona una situación tal que me obligue a sacar algo de la primera. El tiempo es una ventaja sólo para los que se aprovechan de ella.


También hay reparos acerca de los problemas de la munición. Pero estoy convencido de que la munición no será un problema mayor en esta ofensiva, porque la experiencia nos demuestra que la ofensiva siempre requiere un consumo mucho menor de munición la defensiva. Y en torno a esto quiero hacer hincapié en otra cosa. La opinión general es que, en lo que respecta a la munición, no hay forma de [equilibrar] nuestra situación con la de nuestros enemigos. En su mayoría, según los informes de la tropa, incluso en el oeste hemos tenido un consumo de munición de un..... de lo consumido por los aliados. En el frente oriental hemos disparado casi el 100 por 100 más de munición que los rusos. Así que si alguna vez oyen que los rusos acarrean unas cantidades inmensas de munición, se ha comprobado, [por el contrario], que el consumo de munición alemana en el este es superior al ruso en exactamente un 100 por 100. ¡Y ni siquiera estoy incluyendo la munición que abandonamos en las retiradas! Ese es un gasto infinito. Así que seremos capaces de abastecer esta ofensiva con la munición necesaria. El problema es, ante todo, de transporte.


En esta ofensiva, también la cuestión del combustible está asegurada. Recibiremos todo lo necesario, no cabe ninguna duda. Lo más complejo es la situación general de los transportes. Pero la situación del transporte mejorará en la misma medida en la que cada uno de los comandantes de unidad considere a conciencia la pregunta de «¿De qué tengo que disponer sin falta y qué no necesito forzosamente?». Todo lo que uno carga a pesar de que no se necesita forzosamente representa ya no solo una carga para la tropa, sino también una carga para el suministro, una carga para la situación global del combustible y, por lo tanto, una carga para todas las operaciones venideras. Por eso considero importante reflexionar con mucho rigor, una y otra vez, sobre qué no resulta imprescindible. Porque no es ni mucho menos una profanación del carácter o el honor de una división blindada―del ejército o de las Waffen SS, no importa― si aquí, por una vez, los batallones marchan a pie. Porque si después de una pausa no pueden avanzar de otra forma, tendrán que marchar, de todos modos; porque tienen que continuar hacia delante, pase lo que pase. Si la operación se adentrara en el Sahara o, qué sé yo, en Asia central, entonces diría: «Ahí entiendo que no se separen de los vehículos». Pero en esta operación, en la que a lo sumo se cubrirán [cincuenta o sesenta] kilómetros, se puede ir a pie. Después de todo, la infantería tiene que hacerlo así. La infantería no ha conocido otra cosa. Por eso concibe esa idea como el destino que le ha dado Dios, como su deber honroso, mientras que las unidades blindadas lo sienten como una especie de insulto, si por una vez una parte de sus tropas tiene que marchar a pie.


Creo que este es uno de los factores más decisivos para el éxito de la presente operación. A grandes rasgos, el plan operativo está claro. Estoy completamente de acuerdo con las medidas que se han adoptado. Espero que logremos, ante todo, hacer avanzar rápidamente el ala derecha, para abrir los pasos de la Saverna; y luego entramos de inmediato en la llanura del Rin y liquidamos a las divisiones americanas. Nuestro objetivo debe ser ese: aniquilar estas divisiones americanas. Espero entonces que las reservas de combustible sean tales que nos permitan marchar de nuevo con un reagrupamiento de las tropas; y estoy seguro de que, como dispondremos de más fuerzas aún, destruiremos aún más divisiones americanas. Porque el número de nuestras fuerzas ha vuelto a aumentar un tanto. Confío en poder apoyar el siguiente ataque con..... divisiones adicionales, incluyendo una vez más una división excelente, de Finlandia. Así que, a menos que,  este asunto esté gafado por la mala suerte desde el principio, seguro que nos saldrá bien, según lo veo yo.


No hará falta que les explique una segunda vez cuántas cosas dependen de todo esto. También el éxito de la primera operación está muy condicionado por este nuevo movimiento. Porque tan pronto como llevemos a cabo estas dos operaciones, A y B, y tengan éxito, la amenaza que recae ahora sobre nuestro flanco izquierdo se acabará automáticamente. Allí emprenderemos la tercera batalla y aniquilaremos por completo a los americanos. Estoy absolutamente convencido de que entonces tendremos vía libre para girar hacia la izquierda.


Nuestra prioridad absoluta tiene que ser aclarar la situación del oeste mediante una ofensiva. Tenemos que perseguir ese objetivo ciegamente. Y cuando luego el uno o el otro se me presenta en privado y me pregunta: «Pero ¿lo conseguiremos?»... Caballeros, ¡son las mismas objeciones de 1939! Entonces ya se me presentaron un buen número de documentos y declaraciones en los que se decía que no podríamos lograrlo, ¡que era imposible! Todavía en el invierno de 1940 se me dijo que no podíamos hacerlo; que por qué no nos que dábamos en la línea Atlántica; que ya que hemos construido la línea Atlántica, ¿por qué no esperamos a que el otro la asalte y luego lo atacamos nosotros por la espalda? Me decían que primero lo dejásemos llegar, y luego quizá podríamos avanzar por detrás, porque, si tenemos todas esas posiciones estupendas, ¿¡para qué vamos a correr riesgos!? Pero yo pregunto: ¿Qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos atacado en ese momento? Pues hoy ocurre exactamente lo mismo. El equilibrio de fuerzas no es hoy peor de lo que era en 1939 o 1940. Al contrario, si logramos destruir con un par de golpes a estos dos grupos americanos, la relación de fuerzas estará clara y absolutamente a nuestro favor. Doy por supuesto que el soldado alemán sabe por qué causa está luchando.


Lo único que en esta ocasión no actúa a favor nuestro es la situación aérea. Pero eso es justo lo que nos obliga a sacar partido del mal tiempo -del invierno- a toda costa. Es justo la situación del aire la que nos obliga a proceder así. No puedo esperar hasta el buen tiempo. Yo también preferiría que pudiéramos aguantar razonablemente hasta la primavera; para entonces despliego diez, quince o veinte divisiones adicionales, y atacamos en primavera. Pero, en primer lugar: el enemigo también traerá quince o veinte divisiones más. Y en segundo lugar, yo no sé si en primavera dominaré el aire más que ahora. Pero si entonces no lo domino más, las condiciones meteorológicas actuarán resueltamente a favor del enemigo, mientras que ahora todavía hay varias semanas durante las que ellos, por lo menos, no pueden machacar a bombas nuestras congregaciones de tropas, ¡y eso no es poco!


Les daré solo un argumento para recalcar hasta qué extremo es importante decidir de una vez este asunto. El enemigo ya conoce con exactitud cómo son nuestras bombas aéreas; y como es lógico, ya las ha reconstruido por entero. Eso lo sabemos con toda certeza. Y también las está produciendo. No hay duda de que, al igual que nosotros estorbamos sin cesar la producción de sus zonas industriales, él podría derruir con un bombardeo masivo casi toda la cuenca del Ruhr. ¡Y contra esas bombas no hay protección posible! Nosotros tampoco  estaríamos en situación de rechazarlos con cazas. Y no quiero ni mencionar los cohetes pesados. ¡Contra esos no hay la más mínima defensa! Así que todo apunta en una dirección: tenemos que aclarar esta situación antes de que también el enemigo sea capaz de desplegar armas de esa clase.


El propio pueblo alemán ha vuelto a recobrar el aliento durante estos últimos días. Por eso ahora hay que impedir que el descanso se convierta en un nuevo aletargamiento: el letargo es un error, porque puede dar entrada a la tristeza. El pueblo ha recobrado el aliento. La mera idea de recuperar la ofensiva ha tenido un efecto alentador sobre el pueblo alemán. Y si proseguimos con la ofensiva, cuando lleguen las primeras victorias incontestables -y llegarán, porque nuestra situación no es distinta a la de los rusos entre 1941 y 1942, cuando ellos también estaban bajo las condiciones menos favorables; pero nosotros estábamos a la defensiva, y ellos lograron, a partir de golpes y ofensivas aisladas, que nos fuéramos retirando poco a poco a lo largo de todo el frente, cuando el pueblo alemán vea por primera vez esta evolución, pueden estar ustedes seguros de que la gente hará cuantos sacrificios sean humanamente posibles. Cada uno de los llamamientos que dirijamos al pueblo alemán será un éxito. La nación no se arredrará ante nada; da igual si hago otra campaña para recoger telas, para reunir cualquier otra cosa, o si necesitamos más hombres: la juventud se presentará voluntaria con todo el entusiasmo. Pero, sea como sea, el pueblo alemán reaccionará de una forma absolutamente positiva, pues tengo que decir abiertamente que nuestra nación es tan decente como cabría esperar. ¡No hay en el mundo un pueblo mejor que nuestro pueblo alemán! Los incidentes aislados son con certeza nada más que la excepción que confirma la regla.


Para concluir quiero hacerles un último llamamiento: apoyen esta operación con todo su temperamento, con toda su energía, con todas sus fuerzas. Porque esta es una operación decisiva. Su éxito comportará, de forma absoluta y automática, el éxito de la segunda. Y el éxito de esa segunda operación, de la siguiente, causará la ruina inmediata de la amenaza que ahora acosa a todo el flanco izquierdo de nuestro ataque. Entonces habremos eliminado ya la mitad del frente oeste de nuestro enemigo. ¡Y luego, veremos! Porque a la larga, entiendo que no será capaz de oponer resistencia a las cerca de 45 divisiones alemanas que desplegaremos en la zona. En ese momento seremos ya los dueños de nuestro destino.


Como fecha se ha podido determinar la víspera de Año Nuevo, y debo decir que estoy muy agradecido a todos los puestos implicados; en primer lugar, porque han realizado un enorme trabajo preparatorio; y en segundo lugar, porque han asumido el riesgo de tomar la responsabilidad sobre sus hombros. Que esto haya sido posible me parece un presagio especialmente positivo. En la historia de Alemania, la víspera del Año Nuevo siempre ha resultado un buen augurio en el campo militar. Para el enemigo, en cambio, la víspera de Año Nuevo implica una perturbación desagradable, porque ellos no celebran la Navidad, sino el Año Nuevo. Y por nuestra parte, no podemos empezar mejor el año que asestando un golpe como este. Y cuando el primer día del año llegue a Alemania la noticia de que la ofensiva alemana ha vuelto a golpear en otro punto y a lograr una victoria, el pueblo alemán derivará la conclusión de que el año viejo ha terminado de una forma lamentable, pero que el nuevo ha empezado bien.


 Ese es un buen augurio para el futuro. Quiero desearles lo mejor para sus personas, caballeros.


Y sólo quiero añadir una última cosa, caballeros: el secreto de esta operación es un requisito imprescindible para su éxito. Quien no sea necesario que esté al tanto de ella, no debe saber una palabra. Quien sea necesario tanto, que sepa sólo lo que le corresponda saber. Y quien sea necesario que esté al tanto, no debe estarlo antes de hora. Esto es algo crucial. Y que que esté al nadie que sepa algo de nuestra operación se acerque al frente, a una posición en la que pueda ser capturado. ¡Eso es esencial!


V. RUNDSTEDT: ¡Mi señor! En nombre de todos los comandantes aquí reunidos, quiero transmitirle la plena certeza de que, por parte de los mandos y la tropa, haremos todo -absolutamente todo- cuanto sea posible para contribuir al éxito de esta ofensiva. Sólo nosotros estamos al tanto de los errores cometidos durante nuestra primera ofensiva. Aprenderemos de ello.


Hora de término: 19.38

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