Kubizek: El joven nacionalista - Hitler el joven Volksdeutscher

Los años de Linz estuvieron marcados por el arte, y los de Viena por la política. 


La política se volvió fundamental en nuestra relación. En materia política, prácticamente yo no tenía opiniones, y las que sostenía no eran lo bastante apasionadas como para que necesitara defenderlas o imponérselas a otros, por lo que resultaba un mal compañero para Adolf. A él le gustaba convencer mediante la persuasión, pero yo aceptaba de buen grado y sin cuestionar nada lo que estuviera defendiendo. Tomaba nota de cosas para de vez en cuando poder comentarlas con él a un cierto nivel, pero no llegaba a plantear la oposición que le habría resultado útil para sus objetivos de confrontación verbal. Básicamente yo era como un hombre sordo en un concierto sinfónico: veía que tocaban algo, pero no tenía ni idea de lo que era. La naturaleza no me había proporcionado ningún órgano corporal para procesar la política, lo cual desesperaba a Adolf. Le parecía imposible que pudiera haber otra persona que presentara mi falta de interés y conocimiento de ese tema. Pero tampoco me dejaba en paz. Recuerdo cuántas veces me necesitó para acompañarle por algún motivo al parlamento aunque a mi no me interesaba nada y había preferido quedarme tocando el piano. Pero Adolf no lo aceptaba y me obligaba a ir aunque supiera que los asuntos del parlamento me aburrían soberanamente.



La gente tiende a pensar que los políticos proceden de un entorno familiar altamente politizado. Ese no fue el caso de Adolf Hitler, sino más bien al contrario. Se trata de otra de sus múltiples contradicciones. A su padre le gustaba hablar de política y no ocultaba su tendencia al pensamiento libre (“opiniones liberales”, en traducción de 1955), aunque no mostraba ningún tipo de critica contra la monarquía. 


Klara Hitler era una mujer sencilla y piadosa a la que no le interesaba la política. Cuando su marido vivía, debió de oírlo alguna vez discutir sobre política con otros, pero ella nunca participó ni repitió el contenido de lo que había oído a sus hijos. Probablemente, al marido y padre colérico debía de parecerle bien que su tranquila mujercita no supiera sobre qué discutía acaloradamente en la taberna y no se agitaran así las calmadas aguas de la vida familiar. Nadie que hablara de política era bienvenido en el hogar de los Hitler. (Nota: Esta última frase no aparece en la traducción de 1955: “No recuerdo haber oído jamás una conversación política a la señora Hitler. Aun cuando algún acontecimiento político determinado levantara un intenso oleaje en la ciudad, nada de todo ello podía percibirse en este tranquilo hogar; también Adolf guardaba silencio sobre estos asuntos). 


Frau Klara se trasladó de Humboldstrassse a Urfahr en 1906. Urfahr ahora forma parte de Linz. La casa de Blütengasse 9 no ha cambiado cuando escribo estas líneas, de modo que muchas veces, al bajar por aquella callecita solitaria más allá de la cual empieza el campo, casi espero ver a Frau Klara aparecer en el elegante balconcito. 


El ambiente de la Realschule de Linz era decididamente ‘Volksdeutsch’ (“Marcadamente nacional” en traducción de 1955). En secreto, los compañeros de Hitler se oponían a todas las instituciones establecidas, discursos patrióticos, fiestas y proclamaciones dinámicas; se oponían a los servicios religiosos en la escuela y a participar en las procesiones de Corpus Christi. Adolf Hitler retrató este ambiente, que era más importante para él que la educación en sí, en ‘Mi Lucha’:


Se hacían colectas para Südmark y Schulverein (N del E: El término Südmark -territorio del sur- representa la idea de Austria como provincia de Alemania. Schulverein significa la incorporación de las escuelas al ‘Deutscher Schulverein’), se hacía hincapié en la casa con ancianos (N del E: El aciano o azulejo -Centaurea cyanus- es la flor nacional de Alemania) y los colores azul-rojo-dorado, ‘¡Heil!’ Era el saludo y se cantaba ‘Deutschland über Alles’ en vez del himno austríaco, pese a las advertencias y castigos”.


“Se recolectaba para la marca meridional y la asociación estudiantil, se levantaba el ánimo con azulejos y los colores negro-rojo-oro, se saludaban con ‘Salve’, y en lugar del himno al emperador se cantaba el ‘Deutschland Über Alles’, a pesar de las advertencias y castigos”. (Traducción de 1955)


“Cuando, reunidos en la asociación escolar expresábamos nuestros sentimientos usando los colores negro, rojo y oro, entusiásticamente saludábamos con hurras. En vez del Himno Imperial, cantábamos el Deutschland über Alles, a pesar de las amonestaciones y de los castigos.” (Mi Lucha, edición electrónica en castellano).


  Adolf se perdía en largos y excitados monólogos. Yo apenas lograba seguir la mayoría de ellos, pero me fijé en que había un término recurrente en particular: “el Reich”. Siempre aparecía al final de aun largo discurso, y si sus reflexiones políticas lo conducían a un callejón sin salida, y cuando no veía cómo continuar, declaraba:


- El Reich resolverá esta cuestión. 


Cuando le preguntaba quién pagaría las gigantescas estructuras que él había diseñado en su mesa de dibujo, la respuesta era “el Reich”, y “el Reich” también se encargaría de todas aquellas cosas que fueran de interés general. Las instalaciones y accesorios de la sala de conciertos provincial se convertirían en responsabilidad del escenógrafo del Reich (y a partir de 1933 hubo realmente un hombre con el cargo de Reichsbühnenbildner). Recordé que Adolf Hitler acuñó ese término en Linz a los diecisiete años. Incluso las asociaciones de ciegos o de protección de animales serían instituciones de “el Reich”. 


Con la misma pasión con la que amaba al pueblo alemán y “el Reich”, rechazaba todo lo extranjero. No quería saber nada de otros países. Aquella necesidad, tan típica ya por aquel entonces, de los jóvenes viajeros, no hallaba lugar en su personalidad. Incluso la típica atracción del artista por Italia parecía no encontrarse en él. Cuando proyectaba sus planes e ideas para un país, ese país era siempre “el Reich”. (Nota, traducción de 1955: “Con la misma intensidad con que amaba al pueblo alemán y a este “Reich”, rechazaba, también, todo lo extranjero. No sentía la menor necesidad de conocer países extranjeros. Este impulso hacia la lejanía, tan propio para los jóvenes de espíritu abierto, le era completamente desconocido. Tampoco el entusiasmo por Italia, tan típico de los artistas, no pude observarlo jamás en él. Cuando proyectaba sus planes e ideas sobre un país determinado, era siempre ¡el mismo ‘Reich!).


La ideología “nacional” estaba fija en la región “inalterable” de su mente. Ningún fracaso ni contratiempo lo hizo cambiar en ese aspecto, y hasta su muerte fue lo que siempre había sido, por lo menos desde los dieciséis años: un “nacionalista alemán”. 


La saludable despreocupación que distingue a los jóvenes era completamente ajena a él. Nunca le vi “leer por encima”: todo tenía que considerarse a fondo y luego examinarse como si fuera a incluirse entre sus grandes objetivos políticos. Las visiones políticas tradicionales no significaban nada para él; el mundo tenía que reorganizarse de abajo arriba, en todos sus componentes”.  (Nota, traducción de 1955: “Extraña le era, también, aquella sana despreocupación que caracteriza a las personas jóvenes. No vi nunca en él que pasara fácilmente por encima de algo. Todo debía ser estudiado hasta el fondo y ver cómo podría encajarse en el gran objetivo político que se había fijado a sí mismo. Desde un punto de vista político poco era lo que la tradición significaba para él. En resumen: el mundo debía ser reformado a fondo y en todas sus partes”).


Sería un error concluir de esta imagen que el joven Hitler irrumpió en la escena política con la bandera de guerra ondeando. Las soluciones importantes que encontraba y que había que dar a conocer públicamente las exponía por las noches ante un público formado por una sola persona, una persona sencilla e insignificante. La relación del joven Hitler con la política se asemeja a su relación con el amor, si se me permite una comparación que a algunos les puede parecer de mal gusto. Cuanto más pensaba en la política, más se mantenía apartado de cualquier actividad política práctica. No se apuntó a ningún partido ni organización política, no asistía a reuniones políticas y sólo me transmitía sus opiniones a mí. En Linz fui testigo de un “primer vistazo” a la política, y nada más que eso, como si ya se imaginara lo que la política acabaría significando para él. 


La traducción de este último párrafo en la primera edición de 1955 también es ligeramente diferente:


“Sin embargo, quien de lo aquí expuesto pretendiera deducir que el joven Hitler se había precipitado con las banderas al viento, a la escena de la política cotidiana, sufrirá un error. Un jovenzuelo pálido, enfermizo, espigado, completamente desconocido para la gente e inexperto en la ciudad, más bien reservado y tímido que audaz, mantenía esta tensa ocupación solo para sí mismo. Tan solo las más importantes entre sus ideas y soluciones, ideas que exigían, necesariamente, un público, me las expone por la noche a mí, es decir, a una persona asimismo insignificante. La relación del joven Hitler con la política es idéntica a su relación el amor, y que el lector me perdone esta comparación de mal gusto. Con la misma intensidad con que la política ocupa su espíritu, se mantiene también alejado, en la realidad, de toda actividad política práctica. No ingresa en ningún partido, no se hace miembro de ninguna organización, no participa en manifestaciones partidistas y evita cuidadosamente dar a conocer sus propios pensamientos más allá del reducido círculo de su amistad. Lo que pude vivir entonces a su lado en Linz, quisiera poder calificarlo de primer “intercambio de miradas” con la política, nada más, como si ya entonces presintiera lo que la política habría de representar para él algún día.”


Durante años, la política siguió siendo para él algo que había que observar, criticar, examinar, recopilar.


Resulta interesante que el joven Hitler de aquellos años fuera muy antimilitarista, lo cual contradice un pasaje de ‘Mi Lucha’:


“Buscando en la biblioteca de mi padre me encontré con varios libros de contenido militar, entre lo que se encontraba una edición popular de la guerra franco-prusiana de 1870-1871. Consistía en dos volúmenes de un periódico ilustrado de la época y se convirtió en mi lectura favorita. La gran lucha heroica no tardó en convertirse en mi mayor experiencia interior. A partir de ahí me fui entusiasmando con todo lo que estaba vinculado con la guerra y la vida del soldado.”


Creo que pensó que le resultaría útil tener este “recuerdo” cuando escribió ‘Mi Lucha’ en la prisión de Landsberg en 1924, ya que durante el periodo en que me relacioné con Adolf Hitler no mostró el más mínimo interés en nada que estuviera en algún sentido “vinculado con la guerra”. Los tenientes que acompañaban a Stefanie eran como una espina clavada para él, pero su aversión iba mucho más allá de eso. La sola mención del servicio militar lo enfurecía. No, nunca permitiría que lo hicieran soldado por obligación: si fuera soldado, lo sería por voluntad propia, y desde luego no para el Ejército Austríaco. 


En relación al tema judío durante los años en Linz, escribió:


(Transcribo el texto directamente de la edición electrónica de Mi Lucha):


“Me sería difícil, si no imposible, precisar en qué época de mi vida la palabra `judío" fue para mí, por primera vez, motivo de reflexiones. En el hogar paterno, cuando vivía aún mi padre, no recuerdo siquiera haberla oído. Creo que el anciano habría visto un signo de retroceso cultural en la sola pronunciación intencionada de aquel nombre. Durante el curso de mi vida, mi padre había llegado a concepciones más o menos cosmopolitas, que conservó aún en medio de un convencido nacionalismo, de modo que hasta en mí debieron tener su influencia. 


        Tampoco en la escuela se presentó motivo alguno que hubiese podido determinar un cambio del criterio que formé en el seno de mi familia. 


         Es cierto que, en la Realschule, yo había conocido a un muchacho judío que era tratado por nosotros con cierta prevención, pero esto solamente porque no teníamos confianza en él, debido a su ser taciturno y a varios hechos que nos habían alertado. Ni en los demás ni en mí mismo despertó esto ninguna reflexión. 


         Fue a la edad de catorce o quince años cuando debí oír a menudo la palabra "judío", especialmente en conversaciones de tema político, produciéndome cierta repulsión cuando me tocaba presenciar disputas de índole confesional. 


La cuestión por entonces no tenía, pues, para mí otras connotaciones. 


         En la ciudad de Linz vivían muy pocos judíos, los que en el curso de los siglos se habían europeizado exteriormente, y yo hasta los tomaba por alemanes. Lo absurdo de esta suposición me era poco claro, ya que por entonces veía en el aspecto religioso la única diferencia peculiar. El que por eso se persiguiese a los judíos, como creía yo, hacía que muchas veces mi desagrado frente a las expresiones ofensivas para ellos se acrecentase. De la existencia de un odio sistemático contra el judío no tenía yo todavía ninguna idea, en absoluto.”


Todo esto suena muy creíble pero no coincide realmente con mis propios recuerdos. La imagen liberal que da de su padre no parece corresponderse con la realidad. La mesa de debate en la taberna en la que este último reparaba habitualmente había adoptado las ideas de Schönerer. Por tanto, el padre de Hitler era definitivamente antijudío (“El padre rechazaba el judaísmo”, en la traducción de 1955). Al recordar su años escolares, Hitler no menciona que la Realschule tenía profesores que no ocultaban, incluso delante de sus alumnos, su odio por los judíos. En la Realschule, Hitler debía de haber aprendido algo sobre los aspectos políticos de la cuestión judía, y de hecho no creo que pudiera haberse producido de otro modo, porque cuando yo lo conocí ya era abiertamente antijudío (“antisemita” en traducción de 1955). Recuerdo claramente como una vez, mientras paseábamos por la Bethlehemstrasse y llegamos a una pequeña sinagoga que había allí, me dijo: “Eso no pertenece a Linz”. 


Recuerdo que ya era un antisemita recalcitrante cuando llegó a Viena, pero al principio no hizo gran cosa al respecto, aunque sus experiencias en Viena respecto a ese tema debieron de hacerle pensar de una manera más radical que antes. En mi opinión, lo que Hitler dice con rodeos es que ya en Linz, donde había pocos judíos, la cuestión no era irrelevante, pero sólo empezó a pensar seriamente en el tema en Viena, cuando vio la gran cantidad de población judía que había allí. Las cosas eran bastante diferentes en la esfera eclesiástica. ‘Mein Kampf’ no menciona el tema a excepción de una breve observación sobre su experiencia infantil en Lambach:


Como tomaba clases de canto en mi tiempo libre en el coro de Lambach, tuve la mejor oportunidad del mundo de caer hechizado por las suntuosas celebraciones de las fiestas de la Iglesia. Qué podía haber más natural que considerar al señor abad como mi padre había considerado al cura de la iglesia: como el mayor ideal que se podía alcanzar en la vida. Al menos en aquella época, ese era el caso.


Mientras el pequeño Adolf estuvo unido a su madre, su influencia garantizó que se comprometiera con todas las cosas excelsas y maravillosas que la Iglesia representaba. El pequeño y pálido muchacho del coro era un creyente fervoroso. Lo poco que comenta Hitler sobre aquel periodo resulta mucho más elocuente de lo que podrían serlo las palabras. Estaba familiarizado con el magnífico edificio, se sentía atraído por la Iglesia y con toda seguridad su madre debía de hacer todo lo posible por animarlo en ese sentido. Cuanto más se acercó a su padre en los años posteriores a su infancia, más peso adquirió su pensamiento liberal. La Realschule de Linz, donde Franz Schwarz enseñaba religión, no era un bastión de la Iglesia, pues ninguno de los alumnos se tomaba en serio al profesor. 


Durante todo el periodo que me relacioné con Adolf Hitler, creo que no asistió jamás a misa. 


No recuerdo que, cuando nos encontrábamos en una iglesia carmelita tras la misa de los domingos, Adolf hablara nunca en tono despreciativo de asistir a la iglesia ni que adoptara una actitud hostil al respecto. Para mi sorpresa, tampoco fue nunca un tema de debate para él. No obstante, un día vino a verme muy emocionado y me mostró un libro sobre las cazas de brujas de la Iglesia, en otra ocasión me trajo uno sobre la Inquisición, pero pese a la indignación que sentía en relación a los sucesos descritos en aquellos libros evitaba posicionarse políticamente respecto a ese tema. Puede que pensara que no contaba con el público adecuado. 


Los domingos, su madre siempre iba a misa con la pequeña Paula. Adolf nunca la acompañaba hasta allí ni siquiera cuando se lo suplicaba. Pese a ser una creyente devota, parecía haber aceptado el hecho de que su hijo quería seguir otro camino; puede que su padre le hubiera dicho algo. En conjunto, creo que la Iglesia no es que fuer irrelevante para Hitler, sino que no tenía nada que ofrecerle. Él era un nacionalista entregado al pueblo alemán para el que vivía, y para él no existía nada más. 


(Nota, la traducción de 1955 es diferente):


Su madre iba los domingos a la iglesia acompañada de la pequeña Paula. No recuerdo que Adolf acompañara jamás a su madre a la iglesia, ni tampoco que la señora Hitler le reprochase nunca por esta actitud. A pesar de su devoción y su fe, la buena mujer se había, al parecer resignado con el nuevo camino elegido por su hijo. Es posible que en este caso la distinta actitud del padre se interpusiera en su camino, dado que la influencia de aquél sobre su hijo seguía siendo aun decisiva. 


Resumiendo, podríamos formular la conducta de Hitler en aquel entonces con relación a la Iglesia de la siguiente manera: la Iglesia no le era, en modo alguno, indiferente, pero no podía tampoco darle nada.


Considerado todo ello en su conjunto, podría, pues, decirse: Adolf Hitler se hizo nacionalista. Yo he podido ser testigo, a su lado, de la incondicional entrega con que se prescribió, en aquel entonces, al pueblo, al que amaba. Tan solo en este pueblo vivía él. No conocía nada más que a este pueblo.

3 comentarios:

  1. En el mein kampf tambien se ve claro que escribe mucho la palabra reich, La palabra reich es una de las palabras favoritas de Hitler me he leido varias veces todos los discursos de Hitler en la hemeroteca de abc y me di cuenta al igual que kubizeck que la palabra"Alemania" la pronuncia muy poco tan solo dice la palabra reich y europa. Para el su sueño era una europa con el reich en el corazon del continente (alemania , austria , bohemia, silesia y prusia oriental) y su espacio vital hasta los urales y una Italia que dominaría el mediterraneo y una inglaterra fuerte que seguiría con su imperio.

    Un saludo tocayo!!!

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    1. Si, en general casi nada del auténtico pensamiento de Hitler queda reflejado actualmente. Incluso esa “ Europa de los pueblos”, que tanto se parece al pensamiento de izquierdas de hoy. Por cierto, casi no hay día que no den un documental en televisión sobre nazis. Son muy pobres y contienen más propaganda que otra cosa.

      Tengo dos tomos con los discursos completos de Hitler, como habrás visto en el blog. Me sorprende que ABC los tenga en su hemeroteca. A ver si doy con ellos.

      Saludos!

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  2. Pues es muy facil, escoges un discurso de Hitler y luego pones el dia en la hemeroteca y puedes leer el discurso del Führer
    Este es del Heldengedenktag (dia de los heroes y de los caidos) y es uno de mis favoritos, lo he leido decenas de veces
    https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19430323.html

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