Kubizek: “La imagen de la madre” - “Retrato de su madre”





Tempus ha eliminado el primer párrafo de este capítulo. Es este:


“Solo existe uno, pero éste hace innecesarios todos los demás retratos, ya que expresa la esencia de aquella mujer silenciosa y modesta a la que yo adoraba, mucho mejor que una docena de fotografías tomadas al azar. Vemos ante nosotros la imagen de una mujer joven de rasgos sorprendentemente regulares. Pero se adivina ya una oculta sombra de dolor en torno a aquella boca de labios firmemente apretados a los cuales les resulta difícil esbozar una sonrisa. Los ojos claros y de mirada, quizá, demasiado fija dominan por completo aquel rostro de expresión grave.” (Traducción de 1955)


“Clara Hitler siguió siendo una mujer hermosa hasta su muerte. El dolor acusaba aún más esta belleza. Siempre que la veía sentía yo no sé exactamente por qué, compasión hacia ella y me veía impulsado a hacer algo que pudiera agradarle. Se alegraba de que Adolf hubiese encontrado a un amigo con el cual congeniaba y en el que poder confiar plenamente”. (Traducción de 1955)


“Klara Hitler siguió siendo una mujer hermosa hasta el día que falleció. Cada vez que la veía sentía -y no sé por qué- compasión por ella, y sentía que deseaba hacer algo por ella. Se alegraba de que Adolf hubiera encontrado un amigo que le gustara y en quien confiara”. (Tempus)


“Con frecuencia, cuando terminaba el trabajo en el taller antes que de costumbre, me lavaba rápidamente, me vestía y corría luego a la Humboldstrasse. La casa numero 31 era una casa de tres pisos que no se puede decir fuese fea. La familia Hitler vivía en el tercer piso.” (Traducción de 1955)


“A menudo, cuando terminaba temprano el trabajo, me lavaba rápido, me cambiaba y me dirigía a la Humboldstrasse. El numero 31 era un edificio de apartamentos de tres pisos que no resultaba desagradable. Los Hitler vivían en el tercero.” (Tempus)


La Humboldstrasse 31 en la época de Hitler y en la actualidad. 


“Veo con toda claridad aquella sencilla vivienda en mi imaginación. La pequeña cocina, con los muebles pintados de verde, poseía una sola ventana que daba a un patio. La sala de estar, con sus dos pequeñas camas en las que dormían la madre y la pequeña Paula, daban a la calle. De una de las paredes colgaba el retrato del padre, un rostro expresivo y consciente de sí mismo, típico del funcionario, cuya expresión un tanto severa quedaba suavizada por la bien cuidada barba. En el gabinete, al que se llegaba desde el dormitorio, dormía y estudiaba Adolf.” (Traducción de 1955)


“Aun recuerdo su humilde apartamento. La cocina pequeña, con muebles pintados de verde, tenía solo una ventana que daba al patio. El salón, con las dos camas de su madre y de la pequeña Paula, daba a la calle. En la pared lateral colgaba un retrato de su padre, con el típico rostro de funcionario, imponente y circunspecto, cuya expresión más bien adusta se veía mitigada por el bigote prolijamente cuidado a la manera del emperador Francisco José. Adolf vivía y estudiaba en la habitación pequeña, junto al dormitorio.” (Tempus)


“Adolf apenas prestaba atención a su hermana. Esto se debía, sobre todo, a la diferencia de edad, que excluía por completo a Paula de su campo de acción. La llamaba ‘la pequeña’. Paula ha quedado soltera y vive actualmente en Königssee, cerca de Berchtesgaden.” (Traducción de 1955)


“Adolf no estaba especialmente unido a ella. Puede que el motivo fuera la diferencia de edad: siempre se refería a ella afectuosamente como a ‘la niña’. “ (Tempus)


“La familia Hitler solo tenía parientes en el Waldviertel, un contraste muy notable con otras familias de funcionarios austríacos que tenían parientes en numerosas provincias. Sólo más tarde supe que las líneas paterna y materna de Hitler ya en la segunda generación se unían, de modo que, efectivamente, para él a partir del ahúselo se trataba de una sola familia. Recuerdo que Adolf visitó en cierta ocasión a sus familiares en el Waldviertel. Otra vez me mandó una tarjeta postal desde Weitra, que se halla en la región de Waldviertel, lindante con Bohemia. No recuerdo ya lo que le llevó allí. Tampoco solía hablar de su parientes y se limitó a describirme la región: un país pobre que se halla en vivo contraste con la región tan fructífera de las márgenes del Danubio. Aquel país pobre y austero era la parte de sus antepasados, tanto por línea materna como paterna. 


Los datos que hacen referencia a la señora Clara Hitler, nacida Pölzl, han sido confirmados plenamene. Nació el 12 de agosto de 1860 en Spital, una pobre región de Waldviertel. Su padre, Johann Baptist Pölzl, era un sencillo campesino; su madre, Johanna Pölzl, una nacida Hüttler. 


La ortografía del nombre Hitler varía en los diversos documentos. Encontramos tanto la forma Hiedler como Hüttler, en tanto que el nombre de Hitler parece sólo con el padre de Adolf. 


Aquella Johanna Hüttler, la abuela de Adolf por línea materna, era hija de Johann Nepomuk Hiedler; por consiguiente, Clara Pölzl estaba emparentada con la familia Hüttler-Hiedler. Johann Nepomuk Hiedler el hermano de Johann Ceorg Hiedler, que en el registro de bautizos de Döllersheim aparece reseñado como primo del padre de Adolf. Clara Pölzl, por consiguiente, sobrina en segundo grado de su esposo. Mientras no fue su esposa, Alois Hitler la llamaba simplemente su sobrina.



Clara Pölzl pasó una juventud pobre en casa de sus padres de tan numerosa familia. Con frecuencia me hablaba de sus hermanos. Clara era de las más jóvenes en aquella familia de doce hijos. A menudo me hablaba también de su hermana Johanna. Cuando murieron sus padres, tía Johanna se preocupó en muchas ocasiones de Adolf. Otra hermana de Clara, Amalia, la conocí más tarde.


En el año 1875, cuando Clara Pölzl hubo cumplido los quince años, la llamó a su casa el aduanero Alois Schicklgruber en Braunau para que ayudara a su esposa en las labores de la casa. Alois Schicklgruber, que no adoptó hasta el año siguiente el nombre de Hiedler, que luego transformó en Hitler, estaba casado por aquel entonces con la señora Anua Glasl-Hörer. Este primer matrimonio de Alois Hitler con aquella mujer que le llevaba catorce años no tuvo descendencia y finalmente obtuvieron la separación. Cuando murió su esposa en el año 1883, Alois Hitler se casó con Francisca Matzelberger, una mujer que tenía veinticuatro años menos que él. De este matrimonio proceden los dos hermanastros de Adolf, Alois y Angela. Clara había prestado sus servicios en casa de Alois Hitler cuando éste estaba casado y luego separado de su primera mujer. Cuando Alois Hitler se volvió a casar por segunda vez abandonó la casa y se fue a Viena. Pero cuando Francisca, la segunda esposa de Alois Hitler, enfermó gravemente después del nacimiento de su segundo hijo, Alois Hitler volvió a llamar a su sobrina a Braunau. Francisca murió el 10 de agosto de 1884 después de apenas dos años de casada. (Alois, el primer hijo de este matrimonio había nacido antes de que contrajeran matrimonio y luego fue adoptado por el padre.) El 7 de enero de 1885, medio año después de la muerte de su segunda esposa, se casó Alois Hitler con su sobrina Clara, que ya esperaba un hijo de él, Gustav, que nació el 17 de mayo de 1885, o sea, apenas a los cinco meses de estar casados y que murió el 9 de diciembre de 1887.


Aun cuando Clara Pölzl era sólo sobrina en segundo grado, necesitaron ambos una dispensa eclesiástica para poder contraer matrimonio. (Traducción de 1955)



El matrimonio de Alois Hitler con Clara es descrito por numerosos conocidos en Braunau, Passau, Hafeld, Lambach y Leonding, que frecuentaron la familia, como un matrimonio feliz, lo que seguramente se debe única y exclusivamente al carácter dócil y sumiso de la mujer. En cierta ocasión me dijo a mí a este respecto: «Mi matrimonio no ha sido aquello que una joven muchacha espera y desea del mismo», y luego añadió, resignada: «Pero, ¿quién tiene esta suerte?»

A esto se añadió la carga moral y física de aquella delicada mujer por los rápidos partos: en el año 1885 nació Gustavo, en 1886 una hija llamada Ida, que murió también a los dos años, en 1887 otro hijo, Otto, que murió a los tres días de haber nacido y el 20 de abril de 1889 otro hijo, Adolf.


Cuánto dolor de madre se revelaba en la escueta enunciación de estos datos! Cuando nació Adolf habían muerto ya sus tres hermanos Gustav, Ida y Otto. ¡Con qué preocupaciones debió la madre seguir, día por día, el crecimiento del único hijo que le quedaba!. Me contó en cierta ocasión, que Adolf había sido un niño muy débil, de forma que siempre había temido que también perdería a éste.


Comprendí perfectamente los sentimientos de aquella mujer, puesto que también mi madre había perdido a tres de sus hijos a temprana edad y siempre estaba atemorizada por lo que le pudiera suceder al cuarto.


Tal vez se debía la causa de la muerte temprana de aquellos tres hijos procedentes del tercer matrimonio de Alois Hitler al hecho de que fuera un matrimonio entre parientes. Este juicio lo dejo, empero, en manos de los entendidos. Pero sí quiero llamar la atención sobre un hecho que, en mi opinión, es de gran importancia.


La característica más notable en el carácter de mi amigo de juventud era, en mi experiencia personal, la increíble consecuencia en todo lo que decía y hacía. Había algo en su modo de ser seguro, fijo, inconmovible y obstinado que manifestaba hacia el exterior en la gravedad y seriedad de su expresión y que constituía la base sobre la cual se desarrollaban sus demás peculiaridades. Adolf «no podía zafarse de su piel», como decimos los alemanes. Lo que yacía en él, quedaba invariable para siempre más. ¡Cuántas veces tuve ocasión de comprobarlo! Recuerdo unas palabras que me dijo en el año 1938, treinta años después de no habernos vuelto a ver: «Usted no ha cambiado, Kubizek, sólo ha envejecido.» Estas palabras fueron definitivas para mi. En realidad, estas palabras valían con respecto a él mismo. Jamás cambió.


He buscado una explicación a este rasgo tan fundamental en persona. Las influencias del medio ambiente y de la educación no cuentan apenas en este caso. Pero sí me imagino, a pesar de que soy un ignorante por todo cuanto hace referencia a los problemas de herencia y biológicos, que debido a especiales constelaciones en la herencia da este matrimonio entre parientes fueran fijados determinados aspectos estos «complejos retardados» (“Complejos atrofiados” en la traducción de Tempus) provocaran precisamente aquel cuadro carácter tan típico. En el fondo era este modo de ser lo que llenaba con tantas preocupaciones a su madre.


Una vez más el corazón de la madre sufrió un rudo golpe. Cinco años después del nacimiento de Adolf, el 24 de marzo de 1894, dio la madre a luz a un quinto hijo, Edmund, que murió también cuando todavía era niño, el 20 de junio de 1900, en Leonding. En tanto que Adolf no poseía el menor recuerdo de los tres hermanos fallecidos en Braunau y nunca hablaba de ellos, recordaba perfectamente a su hermano Edmund, ya que tenía once años cuando murió aquél. Me contó, en cierta ocasión, que su hermano Edmund había muerto de difteria. Por el contrario, continuó con vida la menor de todas, Paula, que nació el 21 de enero de 1896.


De sus seis hijos había perdido Clara Hitler ya cuatro a muy temprana edad. El corazón de la madre jamás se volvió a recuperar de estos rudos golpes. Sólo restaba algo: las preocupaciones por los dos hijos que habían quedado con vida, preocupaciones éstas que a la muerte de su esposo reposaban sólo sobre sus propios hombros. Un débil consuelo lo representaba el hecho de que Paula fuera una niña tan dócil, pero tanto mayores eran los temores y preocupaciones que la dominaban con respecto a su único hijo, Adolf, unos temores y preocupaciones que sólo terminaron a su muerte.

Adolf amó mucho a su madre. Lo declaró ante Dios y el mundo (nota: en la traducción de Tempus aparece: “Lo juro ante Dios y el Hombre” en palabras de Kubizek, no de Hitler).  Recuerdo muchas ocasiones en que hizo gala de este amor hacia su madre y, sobre todo, de un modo conmovedor cuando ella estuvo enferma. Siempre que hablaba de su madre lo hacía con palabras de profundo amor hacia ella. Fue un buen hijo. El que no pudiera ver realizado su ansiado deseo de proporcionarle una vida más segura y estable, esto estaba más allá de su voluntad personal.


Cuando vivimos juntos en Viena, llevaba siempre el retrato de la madre enmarcado en un medallón. En su libro Mi lucha aparece la muy significativa frase: «Adoraba a mi padre y amaba a mi madre.»



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