De Adolf a Hitler, La construcción de un nazi - Thomas Weber -2ª Parte-

        
        Es curioso que apenas existan historiadores que se tomen en serio lo escrito por Hitler en Mi lucha. Existe un consenso en afirmar que Hitler se inventó su pasado o, directamente, lo modificó a su conveniencia. Sin embargo, todos los historiadores recurren a Mi lucha. Y cuando tienen que hacerlo incluyen coletillas del tipo “de creer en lo que él mismo cuenta en Mi lucha…”, no vaya a ser que algún lector avispado se de cuenta de que el autor promueve a Hitler.

Por supuesto, Webber no va a ser menos e incluye la coletilla cuando narra el día que Hitler leyó el folleto de Drexler, “Mi despertar político”:

“De creer en lo que el mismo cuenta en “Mi Lucha”, empezó a leerlo a las cinco de la mañana de esa misma noche, en cuanto se despertó en su habitación de los cuarteles del Segundo Regimiento de Infantería, y ya no pudo volver a dormirse.”

Por supuesto, Webber tiene que incluir su tesis allá donde puede y, con el famoso episodio, lo vuelve a hacer:

Según cuenta, se percató, mientras leía el manifiesto, de que el presidente del DAP había sufrido la misma transformación política que sufrió él muchos años antes, durante su etapa vienesa. Hitler relataba que en el panfleto de Drexler ‘determinado acontecimiento (esto es, la transformación política del propio Drexler) era un reflejo de los que yo mismo había experimentado doce años antes. Lo vi desarrollarse ante mis ojos de nuevo, exactamente tal y como yo lo experimenté”. Esto es una prueba de, hasta qué punto, Hitler no reflexionaba sobre las implicaciones que podía tener lo que escribía en ‘Mi Lucha’. Mientras subrayaba el hecho de haber sufrido la misma transformación que Drexler, admitía sin darse cuenta su pasado izquierdista, al declarar que el tema principal del manifiesto de Drexler era ‘cómo, dejando atrás el revoltijo de marxismo y las consignas sindicalistas, llegó de nuevo a pensar en términos nacionales”. 

Vamos directamente al original del propio Hitler en “Mi Lucha”:

Sobre las cinco de la mañana del día siguiente de aquella reunión, estaba tumbado despierto, contemplando el movimiento de los ratoncillos. Como no podía conciliar el sueño, me acordé de repente que la noche anterior, me vino a la cabeza el folleto que aquel obrero me había entregado. Comencé a leerlo. Era un pequeño folleto en que el autor, el susodicho obrero, describía la manera por la cual él había llegado de nuevo al pensamiento nacionalista, a través de la confusión marxista y de las frases huecas de los sindicatos. De aquí su título ‘Mi despertar político’. Desde el principio el librito me interesó, pues en él se relata un fenómeno que hacía doce años yo ya había experimentado. Involuntariamente, vi cómo se avivaban las líneas maestras de mi propia evolución. Durante el día pensé sobre el tema varias veces, e iba  dejarlo de lado cuando, no habiendo transcurrido aún una semana, recibí para mi sorpresa una tarjeta e la que se me anunciaba haber sido admitido en el Partido Alemán de los Trabajadores y que, para dar mi respuesta, se me instaba a concurrir el miércoles próximo a una reunión del Comité del partido.”

Según Webber, Hitler admitía “sin darse cuenta”, su pasado izquierdista. La cuestión es ¿dónde ha visto Webber ese pasado izquierdista”. Uno puede leer mil veces el párrafo sin llegar a esa conclusión. Para empezar porque el propio Hitler admite una trayectoria de 12 años, y Webber insiste a lo largo de su ensayo que Hitler colaboró con la revolución roja de Múnich, no que Hitler fuera izquierdista desde hacía doce años. En las libres interpretaciones de Webber solo surgen contradicciones. Lo curioso es que el folleto de Drexler era un tratado contra el internacionalismo socialista. Y es precisamente contra esa idea, la del internacionalismo, se fundó el NSDAP. Hitler no eliminó nunca el “socialismo” de su programa. Él mismo añadió el término a las siglas del partido. 

Se han escrito ríos de tinta sobre el socialismo en todos los fascismos. Como es archiconocido, Mussolini fue socialista en su juventud. El mismo Hitler incluyó el término “socialista” en las siglas de su partido. El fascismo, y el nacionalsocialismo, tienen un componente muy importante de socialismo, entendido éste como un bien social. La diferencia estriba en que este socialismo es “nacional”, diferenciándose del resto de socialismos y comunismos, que siempre han sido internacionalistas. 

Por supuesto, Webber trata de relacionar los comienzos de la vida política con el exterminio de judíos. No da ninguna prueba, pero “cuela” el asunto cada vez que puede. Por ejemplo:

Un siglo después la carta que Hitler escribió a Adolf Gemlich se lee en apariencia como un espeluznante presagio del Holocausto. Aparentemente, también es un reflejo del repentino brote de antisemitismo que se dio en Múnich en 1919. Sin embargo, lo más probable es que no sea ninguna de las dos cosas”.

Como vemos, el propio Webber reconoce en su última frase que no tiene la más remota idea. Pero ahí queda. Más adelante insiste:

“… es tentador afirmar que, en septiembre de 1919, Hitler tenía ya claro que acabaría eliminando de Alemania a los judíos uno por uno, aunque todavía no supiera cómo”.

Más desfachatez no se puede tener. 

Otro aspecto en el que incide Webber es el “alto porcentaje de miembros protestantes. En 1919, el 33 por ciento de los miembros del DAP eran protestantes y el 57 por ciento católicos. En términos absolutos, era, por supuesto, un partido mayoritariamente católico”. Lo que hacía tan asombroso el número de protestantes en las filas del partido era que solo el 10 por ciento de la población de Múnich profesaba esa religión. Esto quiere decir que un ciudadano protestante de Múnich era diez veces más proclive a unirse al partido de Hitler un católico.

¿Cómo comprender semejante párrafo? Una cuestión es contradecirse a lo largo del ensayo, pero contradecirse en un mismo párrafo es demencial. Conocida es la pugna entre el catolicismo y el protestantismo en Alemania durante siglos. No hace falta incidir en el tema. Me remito, por ejemplo, a los estudios de Maria Elvira Roca Barea en sus obras “Imperiofobia y leyenda negra” y “Fracasología”. El mismo Hitler se declaró católico siempre. En su cartilla de reclutamiento su confesionalidad era católica. El mismo mentor de Hitler, Dietrich Eckart, a quien Hitler dedica “Mi Lucha”, era también católico. Heinrich Hoffmann cuenta en sus memorias que Hitler recomendó un colegio católico para la educación de su hijo. Hitler sentía admiración por la Iglesia Católica. Se pueden leer abundantes citas en “Mi Lucha”. En los famosos “25 puntos” del Programa Nacionalsocialista” hay uno bien claro: 

Exigimos la libertad de todas las confesiones religiosas dentro del Estado en cuanto no representen un peligro para la existencia del mismo o estén reñidas con el sentimiento, la moral  y las costumbres de de la raza germana. El Partido como tal defiende el punto de vista de un cristianismo positivo, sin atarse confesionalmente a una doctrina determinada”. 

Conocido es el Concordato que Hitler firmó con la Iglesia Católica muy al comienzo de su mandato. 

Después de la contradicción de Webber nos encontramos con otra de sus frases trampa:

Hay una gran probabilidad también de que el DAP fuese un partido compuesto sobre todo por emigrantes que, al igual que Hitler, habían hecho de Múnich su hogar”. 

Webber lo que nos quiere decir es que incluso entre los nazis había emigrantes. La definición de “emigrante” un diccionario cogido al azar es la siguiente: “persona que abandona su país de origen para establecerse en otro”.  Teniendo en cuenta el despiste al que nos tiene acostumbrados la neolengua, con palabras como “inmigrante” o “migrante”, (ésta última ni siquiera aparece en mi viejo diccionario), hay que ser cuidadoso cuando los leemos. Para los nacionalsocialistas y para Hitler en particular, no sería aplicable el término “emigrante”, ya que ellos consideraban una patria común a todos los pueblos de habla y raza germana. Por tanto, tan alemán era un austríaco, como Hitler, o un báltico como Rosenberg. El mismo Webber lo aclara más adelante, en otra de sus muchas contradicciones: “el rechazo de los movimientos separatistas en cualquier territorio germanoparlante y el deseo de construir una Alemania unida fue, efectivamente, el único credo político que se mantuvo intacto en Hitler desde su adolescencia hasta el día de su muerte. De hecho, cuando lo encerraron en la cárcel por primera vez en su vida, en 1922, no fue  por un acto antisemita. Se lo procesó y se lo condenó a tres meses de prisión -de los cuales cumplió solo un mes y tres días- por alterar violentamente el orden durante un mitin político de Otto Ballersdt, el líder separatista de la Bayernbund, a quien mandó asesinar tras la Noche de los Cuchillos Largos, en 1934. Su desprecio por el separatismo bávaro quedó también patente cuando, a partir de 1934, la bandera bávara dejó de ondear en las instituciones de Baviera después de que Hitler manifestara su aversión por ella”.  

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